
El INDEC informó una suba interanual del 5,6% en la actividad económica, pero los datos reales muestran caída del consumo, desplome industrial y un modelo que expulsa empleo. Mientras tanto, el gobierno festeja un rebote estadístico que no llega a la calle.
En Orsai // Miercoles 21 de mayo de 2025 | 19:38
El gobierno de Javier Milei intenta vender como “crecimiento” un rebote técnico tras el derrumbe de 2024. Los datos de marzo muestran una caída del 1,8% respecto a febrero, y una economía impulsada por sectores sin empleo ni industria nacional: minería, campo, pesca y finanzas. Mientras la construcción y la industria se desangran, el Ejecutivo profundiza el ajuste con rebajas arancelarias que golpean a los pocos sectores que todavía producen. A pesar de la caída del consumo, la actividad informal sostiene parte del gasto en centros urbanos. Una bomba de tiempo social y económica que el gobierno niega.
“Los números están recién salidos del horno… del INDEC”, dijo con ironía el columnista económico en Radio 10. Y es que la cocina estadística del gobierno de Javier Milei no da tregua. Según los datos oficiales de marzo, la actividad económica creció un 5,6% en comparación con el mismo mes del año anterior. Pero esa comparación es, en el mejor de los casos, un espejismo. Y en el peor, una trampa.
Lo que el gobierno no dice —y lo que importa de verdad— es que la economía cayó un 1,8% respecto a febrero, en términos mensuales. Es decir: marzo fue peor que febrero, y eso que febrero ya venía golpeado. No es una recuperación, es una meseta en picada.
La suba interanual se explica, casi exclusivamente, por la brutal caída de 2024. En otras palabras, lo que se festeja como crecimiento es simplemente un rebote estadístico: el fondo fue tan profundo que cualquier salto parece vuelo. Pero si se observa la dinámica mes a mes, el panorama es desolador.
Lo más preocupante no son los números en sí, sino cómo se compone ese supuesto crecimiento. Los sectores que traccionan la actividad no generan empleo, no agregan valor industrial y no estimulan el consumo interno. Al contrario: campo, minería, finanzas y pesca lideran el índice, mientras la industria nacional y la construcción se hunden.
Agricultura: +18%
Explotación de minas y canteras: +13%
Intermediación financiera: +9%
Pesca: +8%
Del otro lado del mapa, la economía real agoniza:
Industria manufacturera: -17%
Construcción: -19%
Comercio: -7%
Hoteles y restaurantes: -5%
En medio de esta tormenta, el gobierno decidió bajar los aranceles a 27 bienes de capital que antes se fabricaban en el país. Según confirmó el presidente de ADIMRA, Elio del Río, esta medida “es el golpe final” para un sector que ya estaba al borde del colapso.
“Es una catástrofe para la metalurgia argentina. Justo cuando la industria pide aire, el gobierno le pisa la cabeza”, advirtió. Y no es una exageración: el sector metalúrgico es uno de los mayores generadores de empleo calificado del país. Con esta medida, Milei no solo desindustrializa: también destruye empleo privado de calidad.
Lo que antes se protegía con aranceles ahora se abre a la importación indiscriminada. Resultado: fábricas que cierran, despidos en masa, caída de salarios y fuga de divisas.
La gran contradicción de este modelo es visible en las calles. Aunque las estadísticas muestran una caída en el consumo, los shoppings están llenos, los restaurantes tienen espera y los bares rebalsan. ¿Cómo se explica?
Hay dos claves. La primera: el consumo no cae igual en todos los sectores. Hay paritarias que le ganaron a la inflación, sectores formales que lograron mantener poder adquisitivo y actividades que sobrevivieron al ajuste.
La segunda: la economía informal. Esa red invisible —pero real— de changas, emprendimientos, trabajos no registrados y trueques modernos, sostiene una parte importante del gasto diario. No es magia, es supervivencia.
“La economía informal tracciona bastante el consumo, aunque no aparezca en las estadísticas”, explicaron en la columna. Familias que se reinventan ante la pérdida de ingresos formales, actividades comerciales que evaden impuestos como única vía para mantenerse a flote, y boliches llenos con dinero que no pasa por AFIP.
No es que la gente está mejor. Es que la crisis empujó a miles a vivir por fuera del radar.
Lo que ocurre es más profundo que una caída económica: es un proceso de ruptura estructural del modelo productivo argentino. Mientras los sectores financieros y primarios concentran ganancias sin distribuir, el resto del país se debate entre la informalidad y la pobreza.
El gobierno no está corrigiendo un problema. Está cambiando el país por dentro, vaciando los motores de desarrollo nacional para reemplazarlos por una economía extractivista, importadora y dependiente del mercado externo. En ese modelo, no hay lugar para la clase media trabajadora, ni para la industria, ni para el consumo interno.
Y lo más grave: no hay futuro. El “crecimiento” de 2025 será un rebote que no se sostiene. Las consultoras lo ubican entre el 4,9% y el 5%, pero todas coinciden en lo mismo: es humo estadístico. En 2026, sin rebote posible y con un país más pobre, el ajuste mostrará su verdadero rostro.
El gobierno festeja que el INDEC marque crecimiento. Pero mientras tanto, la industria se vacía, los empleos desaparecen, las familias ajustan y el país se desangra. Solo se benefician los sectores concentrados, que exportan sin control, especulan con el dólar y compran bienes importados a precio de remate.
El modelo Milei no construye futuro. Solo ofrece un presente precario, volátil e injusto. Lo llaman “libertad”, pero es una libertad para pocos. Para el resto, solo queda resistir.