
Las comisiones ocultas, los intereses criminales, la digitalización que te controla y un sistema hecho para que perder siempre. Así funcionan los bancos en el capitalismo financiero del siglo XXI.
En Orsai // Sábado 17 de mayo de 2025 | 12:26
Mientras los medios de comunicación te hablan de “inclusión financiera” y los influencers de Instagram te enseñan a invertir en "plazos fijos a 30 días", los bancos —y sus socios en el poder político— siguen haciendo lo de siempre: exprimir hasta la última gota de la clase trabajadora. En nombre de la eficiencia, la seguridad o el progreso, las entidades bancarias se convirtieron en uno de los aparatos más convenientes de transferencia de riqueza de los que menos tienen hacia los que más concentran. Y lo hacen legalmente. O, peor aún: con tu consentimiento.
Porque el verdadero truco de la estafa bancaria no está en que te roben, sino en que vos mismo les abras la puerta y les digas: “Pasen, hagan lo que quieran con mi sueldo”. Bienvenido al sistema financiero.
La mentira fundante del sistema bancario es que está para “custodiar” tu dinero. Esa narrativa, construida desde hace siglos, hoy se cae a pedazos frente a una realidad digital: tu plata no está en una bóveda, ni en un cofre, ni en una cuenta. Está en movimiento, generando ganancias para ellos. Mientras vos esperas que no te cobren de más por tener una cuenta corriente sin saldo, tu banco está prestando tu dinero al 150% de interés anual a alguien más.
Sí, leíste bien. Te dan un mísero 3% por un plazo fijo, pero te cobran un 100% de interés si sacas un préstamo personal. Y eso si tenés suerte de no estar en el Veraz.
El modelo de negocios bancario tiene una genialidad: logra cobrarte por cosas que ya hiciste. Transferencias que hiciste vos. Consultas que hiciste vos. Mantenimiento de una cuenta que no pediste. Paquetes “premium” que no usamos. Tarjetas que no se activan. A veces, incluso, comisiones por sacar tu propio dinero del cajero.
La llamada “bancarización” obligatoria para cobrar sueldos, planes sociales o jubilaciones es una de las armas más efectivas de dominación económica. Si quieres acceder al mundo, necesitas una cuenta. Y si tenés una cuenta, empezás a pagar —aunque no quieras.
Todo esto bajo el amparo de la ley. Los gobiernos, sean del color que sean, no tocan a los bancos. Les permiten cobrarte por lo que se les antoje. Y los reguladores —como el Banco Central— miran para otro lado.
La irrupción de las fintech prometió una “revolución”. Que ahora todo sería más fácil, más barato, más accesible. Lo que no dijeron es que el costo no se paga en pesos, sino en datos.
Las billeteras virtuales saben todo sobre vos: en qué gastás, dónde comprás, cuántas ganas, cuántas veces transferís y hasta qué hora la plata. Te venden “inclusión” mientras arman tu perfil financiero, que luego venden al mejor postor para campañas de marketing o análisis de riesgo crediticio. Y si un día quieren congelarte la cuenta por error del algoritmo, no tendrás a quién llamar.
Además, detrás de muchas de estas aplicaciones hay bancos disfrazados. No quieren que vayas a una sucursal: quieren que no pienses. Y que acepta los términos y condiciones sin leer.
La banca no es una institución aislada del poder. Es su núcleo. Los grandes bancos financian campañas electorales, promueven candidatos, imponen agendas, colocan funcionarios. En Argentina y en el mundo.
¿Quién paga la deuda con el FMI? Vos. ¿Quién la cobra? Ellos. ¿Quién diseñó el modelo de fuga de capitales que dejó tierra arrasada tras el macrismo? El sistema financiero. ¿Quién se beneficia cuando el dólar sube, el peso se devalúa y el salario se licúa? Las entidades que manejan dólares, hacen carry trade o compran bonos basura a precio de remate.
Y sin embargo, ningún canal de televisión lo dice. Ningún gran diario lo denuncia. Porque todos están atados —por pauta, por miedo o por negocios cruzados— a esa maquinaria que oprime desde lo intangible: las finanzas.
Una de las herramientas más perversas de los bancos es el tiempo. La deuda financiera tiene una lógica brutal: mientras más pobre sos, más pagas. Si debes una tarjeta y no puedes pagarla entera, los intereses se acumulan. Si sólo haces el pago mínimo, entrarás en la trampa del interés compuesto a la inversa: cada mes debes más, pagas más, y salís menos.
Así, el sistema te encierra: trabajas para pagar deudas, consumís para tapar vacíos, y terminas hipotecando tu vida al ritmo de un resumen de cuenta que no deja de crecer.
Si. Pero no está en hacerte “emprendedor” de marketing piramidal ni en mirar videos de “educación financiera” con gente que nunca pisó una villa. La salida empieza por entender el sistema, nombrarlo, denunciarlo y aprender a moverse dentro de él con desconfianza.
Algunas ideas:
No tengas más cuentas de las que necesitas.
Pedí la baja de servicios que no usás.
Revisá tu homebanking: lo que hoy parece un gasto chico puede ser una fuga constante.
No te enamoras de ninguna fintech: todas quieren lo mismo.
Pensá tu economía como una herramienta de resistencia, no como un reflejo de consumo aspiracional.
Y, sobre todo, no te culpes. El sistema está diseñado para que se pierda. No es tu culpa estar endeudado. No es tu culpa llegar justo a fin de mes. Es culpa de un modelo económico que reparte beneficios hacia arriba y costos hacia abajo.
Los bancos ya no necesitan armar golpes de Estado para dominar un país. Les basta con manipular tasas, mover fondos en la ciudad, o financiar la campaña del próximo presidente. Y mientras tanto, vos sigues pagando.
Pagás el mínimo. Paga la comisión. Pagás el impuesto al consumo. Pagás el costo del silencio mediático. Pagás la estabilidad de otros.
La pregunta es: ¿hasta cuándo?