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Mientras Milei dinamita la ciencia, Argentina patenta en EE.UU. una molécula contra el Alzheimer

Un grupo de investigadores del CONICET y la Universidad Nacional del Litoral logró que Estados Unidos les otorgue la patente de una biomolécula con potencial terapéutico frente a enfermedades neurodegenerativas. En paralelo, el gobierno libertario desfinancia el sistema científico que hizo posible ese logro

Mientras Milei dinamita la ciencia, Argentina patenta en EE.UU. una molécula contra el Alzheimer

En Orsai // Viernes 16 de mayo de 2025 | 10:47

Marcos Rafael Oggero, investigador del CONICET y cofundador de la startup BioSynaptica, anunció que Estados Unidos otorgó la patente de una biomolécula desarrollada en la Universidad Nacional del Litoral. Aunque el descubrimiento aún se encuentra en fase preliminar, abre un camino promisorio para tratar enfermedades como Alzheimer, Parkinson y retinopatías degenerativas. La paradoja es brutal: mientras la comunidad científica argentina avanza a pesar de todo, el gobierno de Javier Milei recorta fondos, paraliza proyectos y desprecia sistemáticamente la producción nacional de conocimiento.

Hay noticias que duelen por el contraste que exponen. Mientras el presidente Javier Milei y su gabinete libertario se dedican a destruir el sistema científico nacional con ajustes, desprecios ideológicos y presupuestos congelados, un grupo de investigadores del CONICET y la Universidad Nacional del Litoral logró que Estados Unidos le otorgue una patente por una biomolécula que podría revolucionar los tratamientos contra enfermedades neurodegenerativas.

Sí, leyeron bien. En plena era del “no hay plata”, de la motosierra sobre universidades y centros de investigación, de la estigmatización del Estado y la ciencia pública, la Argentina sigue produciendo conocimiento de altísima calidad. Y lo reconoce nada menos que una de las potencias tecnológicas más importantes del mundo.

La molécula patentada —modificada a partir de una ya conocida como eritropoyetina— fue diseñada para conservar su acción neurológica y eliminar los efectos hematológicos, lo que la convierte en una potencial candidata terapéutica para tratar enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson o ciertas retinopatías degenerativas.

Marcos Rafael Oggero, investigador del CONICET y docente en la Universidad Nacional del Litoral, explicó al aire de LT10 Universidad que se trata de “una molécula con propiedades neurológicas mejoradas y sin efectos secundarios hematopoyéticos”. La innovación ya cuenta con patentes aprobadas en Israel, Rusia y ahora en Estados Unidos. ¿Dónde? En los mismos países que invierten en ciencia mientras Argentina la desangra.

Pero Oggero, con la responsabilidad de quien trabaja con conocimiento sensible, fue claro en no generar falsas expectativas: “Los estudios están en fase muy preliminar. Aún no estamos en ensayos preclínicos sobre enfermedades complejas como Alzheimer o Parkinson. Comenzamos con patologías como las retinopatías degenerativas en modelos animales y los resultados han sido alentadores, pero falta un largo camino”.

Ese camino incluye algo que el Estado nacional hoy les niega: inversión. Porque el desarrollo científico no se alimenta solo de vocación, sacrificio y cerebro. También requiere financiamiento sostenido, políticas de Estado, planificación a largo plazo. Requiere todo lo que el gobierno de Milei detesta y demuele. “Para que la molécula llegue a los pacientes, debe existir un proceso comercial que incluya inversión privada, pero también políticas públicas que acompañen”, remarcó Oggero.

Argentina inventa, EE.UU. patenta y Milei recorta: el drama de la ciencia nacional

Y ahí está el punto neurálgico de esta historia: no hay invención científica posible sin un ecosistema que la respalde. Cada molécula, cada innovación, cada hallazgo, es fruto de años de trabajo en instituciones estatales, con subsidios públicos, en laboratorios que hoy ven peligrar su existencia por los recortes libertarios.

Mientras Estados Unidos —paradójicamente el faro ideológico de Milei— otorga patentes a nuestros científicos, el presidente argentino considera que el CONICET es una “cueva de ñoquis” y que “la ciencia no debe ser financiada por el Estado”. Una lógica delirante que, de aplicarse en serio, habría impedido incluso el descubrimiento que ahora el mundo celebra.

No es solo un asunto presupuestario. Es una cuestión de soberanía. Porque detrás de cada patente científica hay una disputa geopolítica por el conocimiento, la salud y el futuro. Si la ciencia argentina desaparece, no es solo un problema para los investigadores: es una tragedia para millones de pacientes que podrían beneficiarse con estos avances, y una pérdida para el país entero.

La startup BioSynaptica, que impulsa esta innovación, es otro ejemplo del modelo que el gobierno actual desprecia: la articulación virtuosa entre Estado, universidad y empresa de base tecnológica. Es el modelo que existe en los países más desarrollados del planeta. Pero aquí, en nombre del “libre mercado”, se desmantela el sistema que lo hizo posible.

Científicos como Oggero no buscan fama ni titulares. Buscan resultados. Pero cada tanto, cuando una noticia como esta aparece en los medios, emerge una verdad incómoda: la Argentina aún produce ciencia de primer nivel, a pesar de un gobierno que parece dispuesto a erradicarla.

El propio investigador lo reconoció con pudor: “A veces da un poco de prurito contar avances que todavía no se asentaron desde el punto de vista clínico. Pero estamos en ese camino, y es lo que queremos lograr para los pacientes”. Ese “prurito” habla más de ética que de inseguridad. Porque lo que falta no es talento ni potencial, sino apoyo político y presupuesto sostenido.

La paradoja no podría ser más brutal. Mientras en el país se cierran becas, se paralizan proyectos y se humilla a los investigadores con salarios de pobreza, la ciencia argentina sigue sorprendiendo al mundo. El problema es que, si el ajuste continúa, esta será una de las últimas buenas noticias que tengamos para contar.

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