
El juez federal Daniel Rafecas reconstruye la desaparición del autor de El Eternauta y la tragedia familiar que lo convirtió en símbolo del genocidio argentino. Una historia que vuelve a latir con el éxito de la serie y reaviva la esperanza de encontrar a sus nietos apropiados.
En Orsai // Miercoles 07 de mayo de 2025 | 09:07
En diálogo con Radio 10, Daniel Rafecas repasó la investigación que encabezó sobre la desaparición de Héctor Oesterheld y el secuestro de sus cuatro hijas durante la última dictadura militar. El magistrado destacó los avances judiciales, la búsqueda persistente de los restos del escritor y la posibilidad de que la serie basada en su obra impulse nuevas revelaciones. Un caso que expone la ferocidad del terrorismo de Estado y resiste al negacionismo que hoy intenta relativizar la tragedia argentina.
La figura de Héctor Oesterheld resurge con potencia a raíz del éxito rotundo de El Eternauta en su versión audiovisual. Sin embargo, detrás de la ovación y la fascinación por la distopía argentina más emblemática, se esconde una historia de horror, desaparición y crimen de Estado. Una historia que sigue doliendo. Una historia que todavía exige verdad, justicia y memoria.
En una entrevista concedida a Radio 10, el juez federal Daniel Rafecas, referente en la investigación de crímenes de lesa humanidad, repasó el camino judicial que permitió reconstruir parte del destino del guionista y militante desaparecido. Oesterheld, autor de la mítica historieta publicada entre 1957 y 1959, fue secuestrado a fines de 1976, durante los primeros meses del genocidio ejecutado por la dictadura cívico-militar.
“Estaba en la clandestinidad, nunca pudimos establecer con exactitud la fecha de su secuestro, pero logramos probar que entre abril del ’77 y enero del ’78 estuvo cautivo entre dos centros clandestinos: Vesubio y el llamado Sheraton, una sección de la comisaría de Villa Insuperable en La Matanza”, detalló Rafecas. En ese período, Oesterheld —ya quebrado física y emocionalmente— fue trasladado de forma intermitente entre ambos centros. Tenía unos 60 años, y los represores lo llamaban “el viejo”. Aún así, seguía escribiendo, incluso dibujando, mientras permanecía cautivo.
Su suerte fue la misma que la de sus cuatro hijas: Estela, Diana, Beatriz y Marina, todas militantes, todas secuestradas entre 1976 y 1977. Estela, la mayor, fue detenida junto a su pareja, Raúl Mórtola, y asesinada en un operativo en Longchamps. Rafecas también investigó esa causa, que culminó con la comprobación judicial del homicidio.
“La desaparición de Oesterheld es uno de los casos más dramáticos que hemos investigado. Y no es el único. Hubo muchas familias completamente devastadas por el plan sistemático de exterminio de la dictadura. Pero sin duda este es uno de los más connotados”, remarcó el juez, cuya labor al frente de la causa del Primer Cuerpo de Ejército permitió condenar a más de 30 represores vinculados a Vesubio y Sheraton.
Sin embargo, Oesterheld aún no tiene sepultura. Nunca se hallaron sus restos. Hoy el juzgado trabaja sobre una nueva pista que podría llevar a un campo en la zona de Mercedes, vinculado al Regimiento de Infantería 6. La esperanza sigue encendida. “Estamos detrás de cada dato que aparece. Seguimos investigando. Nunca paramos”, afirmó Rafecas.
El resurgimiento popular de El Eternauta parece haber abierto otra ventana. Las llamadas a Abuelas de Plaza de Mayo y a la justicia aumentaron tras el estreno de la serie. “Algunos nietos podrían estar mirando la serie sin saber que son nietos desaparecidos. Es un fenómeno interesante. Puede generar un nuevo impulso”, reconoció el magistrado.
Dos de las hijas de Oesterheld estaban embarazadas al momento de su secuestro. Se presume que dos nietos nacieron en cautiverio y fueron apropiados. Hoy se los sigue buscando. La causa de su restitución está en manos de organismos como la CONADI, la Procuraduría de Crímenes de Lesa Humanidad y, por supuesto, Abuelas.
“Hay quienes aún tienen datos. Y por ahí en algún momento les pesa en la conciencia. Por eso siempre dejamos la línea abierta. Cualquier persona que tenga información puede llamar al 4032-7118, que es el número del juzgado. Siempre hay esperanza de que alguien hable”, subrayó.
Rafecas también recordó a Elsa, la esposa de Héctor, fallecida en 2015. “Ella tenía una fuerza admirable. Declaró en sede judicial y en el juicio oral. Nos ayudó a reconstruir buena parte de esta historia. Vivió la peor tragedia imaginable, pero nunca dejó de buscar”, dijo.
El caso Oesterheld no sólo es un símbolo del genocidio argentino. Es también un recordatorio de que la memoria no es un ejercicio con fecha de vencimiento. Más aún, en tiempos donde se intenta banalizar o negar la historia reciente. Rafecas lo dijo sin vueltas: “El 24 de marzo del ’76 la dictadura tomó la decisión de exterminar a todos los que integraban los grupos revolucionarios. Fue una solución final al estilo nazi, pero con identidad local. Eso es lo que seguimos juzgando, con el apoyo de la comunidad internacional y la sociedad”.
Y agregó: “La frase Nunca Más no es una consigna vacía. Es una promesa que seguimos honrando”.
La vigencia de El Eternauta no es sólo cultural. Es política. Es ética. En un país donde los nietos apropiados todavía no conocen su origen, donde los genocidas caminan por la sombra y donde sectores del poder se animan a negar lo innegable, la obra de Oesterheld vuelve a señalar el camino: resistir, buscar, contar.
Quizás este año, el éxito masivo de la serie permita romper otro silencio. Tal vez alguien se anime. Tal vez, en medio del revival, alguien marque un número, cuente lo que sabe y acerque un dato. Quizás así se pueda cerrar, al menos en parte, una de las heridas más profundas de la Argentina.
Porque El Eternauta no era solo una historieta. Era un mensaje. Y Oesterheld no fue solo un autor. Fue un combatiente de la memoria.