
Mientras el dólar no baja y el riesgo país no cede, el gobierno de Javier Milei apuesta a un blanqueo legalmente dudoso y económicamente frágil para rascar las últimas monedas antes de las elecciones. ¿Realismo brutal o cinismo económico?
En Orsai // Miercoles 07 de mayo de 2025 | 07:52
El economista Juan Graña advierte que el blanqueo que impulsa el gobierno no solo desafía los límites legales del sistema argentino e internacional, sino que pone en evidencia la desesperación por conseguir dólares ante un esquema económico que hace agua por todos lados. Sin superávit exportador, sin crédito externo y con un tipo de cambio que alienta más las importaciones que las liquidaciones, Milei se aferra a los dólares escondidos en el colchón de los argentinos como último salvavidas político.
El experimento libertario de Javier Milei sigue tropezando con los límites de la realidad. En un intento desesperado por conseguir dólares y evitar una nueva corrida cambiaria, el gobierno apuesta ahora por un blanqueo que, según advierte el economista Juan Graña, es tan dudoso desde el punto de vista legal como poco efectivo desde el plano económico.
“El blanqueo por DNU no se puede hacer, porque es uno de los temas vedados”, explicó Graña en diálogo con Radio 10. “Es dudoso que el Congreso le acepte otro blanqueo, y además tenemos el problema del GAFI, el organismo internacional que combate el lavado de dinero. Entonces, todo ese andamiaje legal está lleno de agujeros. Es muy difícil que esto pueda avanzar”.
La trampa es evidente: bajo la fachada de una política económica “de mercado”, el gobierno libertario ensaya viejos trucos del macrismo tardío. A sabiendas de que no puede emitir, ni pedir deuda externa ni comprar dólares si el tipo de cambio no baja, Milei y Caputo buscan forzar el ingreso de divisas apelando a los dólares no declarados que los argentinos mantienen fuera del sistema. Es decir, volver a seducir a los que siempre jugaron a dos puntas: ocultar, evadir y esperar otro blanqueo.
“El gobierno espera que el dólar baje a mil pesos y no está ocurriendo. Entonces buscan otra fuente de dólares. Lo del blanqueo es un manotazo para tener cierta tranquilidad cambiaria en época electoral”, señala Graña. La idea sería dejar de pedir declaraciones juradas sobre el origen de fondos para compras en efectivo —como sucede hoy con montos altos— o elevar tanto ese piso que se vuelva irrelevante. “Entonces podés ir a un comercio y comprar cinco aires acondicionados sin que nadie pregunte nada. Es medio raro”, ironiza.
Pero el problema no es solo el marco legal. El problema es político, institucional y económico. “Lo que se está proponiendo puede ser utilizado por este gobierno como mecanismo de emergencia, pero queda registrado, y un futuro gobierno podría ir a buscar a quienes blanquearon”, advierte Graña. No hay seguridad jurídica para los evasores, ni certidumbre para el país. El costo reputacional es altísimo, y las chances de éxito, mínimas.
Lo que se juega, en el fondo, es una pulseada entre la necesidad desesperada de llegar a las elecciones sin una disparada inflacionaria, y la inviabilidad estructural del modelo. “El dólar está más o menos estabilizado en 1200 pesos. Pero el gobierno dice que si no baja a 1000 no va a comprar dólares. Y para cumplir con la meta del Fondo en junio necesita acumular más de 4000 millones de dólares”, explica Graña. El panorama es tan absurdo como insostenible.
La paradoja es brutal: con un dólar “barato”, se incentivan las importaciones y los viajes al exterior, desalentando la liquidación de divisas del agro. Pero si no se acumulan reservas, no se cumple con el FMI. Y si no se emite ni se toma nueva deuda, no hay con qué sostener el esquema. “El único camino que les queda es que entren muchos dólares como en el blanqueo anterior”, sentencia el economista.
Cristalina Georgieva, directora del Fondo, lo dijo sin rubor hace unas semanas: hay 300 mil millones de dólares de argentinos fuera del sistema. La declaración no fue inocente. Fue una invitación, casi una orden, para que esos fondos vuelvan. Pero el gobierno no tiene ni el andamiaje legal ni la legitimidad política para conseguirlo. Y mientras tanto, el riesgo país no baja, lo que le complica la renovación de deuda y profundiza la sensación de que el castillo de naipes está por venirse abajo.
“El riesgo país tendría que bajar para que puedan rolear la deuda, pero no lo hace. Y afuera no van a ver bien que usen otra vez los dólares del Fondo para sostener un dólar insostenible”, advierte Graña. No hay credibilidad, no hay política industrial, no hay incentivos genuinos para el ingreso de dólares. Lo único que hay es precariedad, arbitrariedad y un relato cada vez más desconectado de la realidad.
En este escenario, la promesa de Milei de mantener el dólar en un rango de 1200 a 1300 pesos hasta octubre parece más un acto de fe que una estrategia económica. “Creo que van a llegar, pero con tensiones cambiarias muy fuertes en las últimas semanas de campaña”, pronostica Graña. La historia reciente lo avala: cada elección en la Argentina viene acompañada de su propio temblor financiero. Pero esta vez el margen es menor, y el margen de maniobra, casi inexistente.
En síntesis, el plan Milei-Caputo se parece más a un juego de ilusionismo que a un programa económico coherente. Pretenden contener la inflación sin reservas, sostener el dólar sin compras, atraer capitales sin confianza y cumplir con el Fondo sin cumplir. En esa lógica esquizofrénica, recurren al blanqueo como si fuera una solución mágica, sin importarles sus consecuencias legales, éticas o institucionales.
Como tantas veces en la historia económica argentina, el gobierno vuelve a mirar debajo del colchón en busca de la salvación. Pero esta vez, incluso los billetes guardados saben que no hay futuro en este camino.