
El celular se volvió una extensión del cuerpo para millones de chicos y chicas en Argentina. En muchos casos, el vínculo empieza antes de los diez años y se intensifica en la adolescencia. La escuela, mientras tanto, todavía busca recetas: ¿permitirlos, regularlos, prohibirlos?
Gacetilla de prensa // Miercoles 14 de mayo de 2025 | 12:12
La Asociación de Institutos de Enseñanza Privada de Argentina (AIEPA) indagó en cómo están abordando las escuelas el uso del celular en las aulas. El resultado: hay colegios que aplican restricciones, otros que delegan la decisión en los docentes, y quienes buscan integrar los dispositivos de forma pedagógica.
"En AIEPA nos preocupa el acceso temprano de chicos y chicas al celular, su uso irrestricto y el impacto que pueden tener en los entornos de aprendizaje. Estamos viendo que, sin una regulación adecuada, las aulas pierden foco y calidad educativa. Por eso impulsamos espacios de intercambio entre instituciones para compartir experiencias y buenas prácticas", señaló Martín Zurita, secretario ejecutivo de la entidad.
Un informe Kids Online Argentina 2025, elaborado por UNICEF y UNESCO sostiene que el 95% de los chicos entre 9 y 17 años tiene su propio celular con acceso a internet, y el 88% se conecta todos o casi todos los días desde ese dispositivo. La edad promedio de acceso al primer celular es de apenas 9,6 años. Si bien el 61% lo usa todos los días para estudiar y la mitad dice haber aprendido algo nuevo online, solo un 60% considera saber identificar si una fuente de información es confiable.
"Son datos que vemos día a día en nuestras escuelas: chicos que llegan con el celular como una extensión de su mano, con dificultades para sostener la atención o el diálogo cara a cara. No hay una única solución, pero sí un consenso: el tema no puede ser ignorado", agregó Zurita.
“El uso irrestricto del celular interrumpe el acto pedagógico”, advirtió Tamara Iuso, vicedirectora del nivel secundario del Complejo Educativo Rubén Darío, en Villa Ballester. “Por más que parezca una distracción menor, cada vez que los estudiantes miran una notificación, se produce un corte en la atención que cuesta varios minutos recuperar”. En su escuela, el uso del celular fue regulado, no en la búsqueda de demonizar la tecnología, sino con el objetivo de generar un espacio donde prime la atención plena.
Con la pandemia quedó instalada la idea de que todo se puede hacer a través de una pantalla, pero la escuela no es solo transmisión de contenidos. Es, además, vínculo, convivencia y cuerpo presente. El celular se entromete y rompe la dinámica natural del aula.
En el Instituto Avellaneda, Sandra Fernández, directora del nivel secundario, apuesta por una incorporación provechosa de los dispositivos. “Soy profesora de informática, así que la tecnología en el aula siempre fue fundamental para mí”, comentó. Al principio, fue prueba y error hasta encontrar el modo más conveniente, pero siempre pensé que prohibirlo no era el camino.
El Colegio Asunción de la Virgen, de Olivos, decidió que desde el inicio de este ciclo lectivo los alumnos deben dejar sus celulares apagados en una caja dentro del aula al ingresar. Solo podrán usarlos con fines pedagógicos, y únicamente cuando el docente lo indique. El objetivo es reducir el impacto negativo del uso constante del celular en la atención, la comprensión lectora y otras habilidades cognitivas. “Es necesario volver a fortalecer capacidades como la imaginación, la organización y el pensamiento complejo”, señalaron en una comunicación que hicieron llegar a las familias.
La directora, María Gimena Venditti, explicó que la medida fue bien recibida por los padres.
Como parte del nuevo procedimiento, se incorporarán carteles para indicar cuándo el uso de tecnología está autorizado. Si el docente necesita proyectar un video o utilizar recursos digitales, coloque un cartel en la puerta que dice “Estamos usando la tecnología” y lo retira al finalizar la clase. Esto permite visibilizar el uso intencional de los dispositivos dentro del marco pedagógico.
Al principio, algunos alumnos mostraron resistencia y ansiedad al dejar sus celulares, relató Venditti. Sin embargo, con el tiempo, la práctica se naturalizó.
En el Complejo Educativo Rubén Darío, definieron una regla clara: el celular solo puede usarse cuando el docente lo indica con un fin pedagógico específico. “No es una prohibición ni una sanción: es una invitación a construir otro tipo de presencia”, dijo Iuso, su director. Muchos alumnos, según contó, incluso sintieron alivio con la regulación.
La medida mejoró el clima escolar. Durante años, muchos docentes sintieron que estaban en una “batalla desigual”. Pero al consensuar normas claras con toda la comunidad, se reducirá la ansiedad digital, se favorecerá una atención más sostenida y vínculos más genuinos en el aula.
Hay escuelas que apuestan por estrategias más flexibles basadas en acuerdos. “Cada docente fue encontrando su modalidad: algunos pedían que los celulares estén guardados o en silencio, y otros los permitían en ciertos momentos”, explicó Fernández, director del Instituto Avellaneda, que da libertad a los profesores de aplicar la estrategia que consideran más adecuada. A medida que se consolidan normas claras en cada materia, se logra un uso más responsable entre los estudiantes.
Desde la institución también se trabaja activamente la concientización sobre el uso de la imagen digital y los riesgos de compartir contenido en redes sociales. “No se permiten redes ni grabaciones a compañeros o docentes”, subrayó Fernández.
Estas experiencias de las distintas escuelas muestran un panorama heterogéneo, que no ofrece recetas mágicas, pero que también vislumbran que es posible encontrar un equilibrio: ni un aula desconectada del mundo digital ni un espacio dominado por las notificaciones.