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Panaderías al horno: el ajuste de Milei arrasa con más de 1.100 comercios y miles de empleos

El colapso del consumo, la devaluación brutal y los tarifazos hicieron desaparecer más de mil panaderías en apenas un año y medio. La venta de pan se derrumbó un 50% y la de facturas, un 78%. Miles de trabajadores quedaron en la calle. El hambre ya ni siquiera se disfraza con mate cocido y un pedazo de pan.

Panaderías al horno: el ajuste de Milei arrasa con más de 1.100 comercios y miles de empleos

En Orsai // Lunes 05 de mayo de 2025 | 08:13

Martín Pinto, representante de la Cámara de Industriales Panaderos Agrupados, denuncia un panorama desesperante para uno de los sectores más tradicionales de la economía popular. En conversación radial, confirmó que desde fines de 2023 se perdieron más de 1.100 panaderías en todo el país. Las causas: la combinación letal de devaluación, alquileres dolarizados, tarifazos en los servicios y una caída del consumo sin precedentes. “La gente ya no compra lo que quiere, compra lo que puede”, resume. Los datos son tan alarmantes como la escena cotidiana que retrata: familias que se acercan a los despachos con unas pocas monedas en la mano y piden “un pancito, dos pancitos, lo que alcance”.


Cuerpo de la nota:

Mil cien panaderías cerradas. Más de mil negocios que bajaron sus persianas. Más de mil hornos apagados. Más de mil focos de trabajo, identidad barrial y cultura gastronómica argentina que dejaron de existir desde fines de 2023. La cifra estremece no solo por su magnitud sino por lo que revela: una economía al borde del colapso social. Martín Pinto, integrante de la Cámara de Industriales Panaderos Agrupados, no se anda con eufemismos. “La gente no tiene un mango en el bolsillo. Compra lo que puede, no lo que quiere”.

En diálogo con el programa Un día de estos, Pinto no solo confirma la cifra sino que la enmarca en un deterioro estructural y acelerado que no da tregua. La primera trompada fue la devaluación de enero de 2024. “Ese fue el primer cachetazo. Después se dispararon los alquileres, que muchos los pasaron directamente a dólares, y finalmente vino el mazazo de la luz y el gas. Todo se fue por las nubes”, relata.

Pero hay un factor que pesa por encima de todo: la caída brutal del consumo. “Tenemos una baja de consumo de pan del 50%, y en el caso de las facturas y la pastelería, del 78%. Es una locura”, señala.

Atrás quedó el imaginario popular que asociaba el pan con el último refugio alimentario. El pan como salvavidas. El pan con mate cocido, recurso de generaciones enteras en tiempos de vacas flacas, ya ni siquiera figura entre las opciones de quienes no llegan a fin de mes. “Todos comimos alguna vez pan con mate cocido, era el clásico cuando ‘picaba el bagre’. Bueno, ahora ni eso. Ahora ya no se puede hacer”, dice Pinto.

No se trata de un cambio de hábitos, como quieren instalar algunos discursos oficialistas que responsabilizan al consumidor por dejar de comprar lo que no puede pagar. Pinto es tajante: “Esto no tiene nada que ver con nuevos hábitos ni con salud. La gente viene a los despachos y te dice: ‘Dame un pancito, dos pancitos’, o directamente pone la plata arriba del mostrador y te dice: ‘Dame lo que puedas con esto’”.

Detrás de cada panadería cerrada, hay una familia que pierde su sustento. O varias. Las panaderías artesanales, el tipo de comercio que representa Pinto, suelen tener entre 4 y 5 empleados. Haciendo una cuenta conservadora, el cierre de estas 1.100 panaderías dejó en la calle a más de 4.500 personas, sin contar la pérdida indirecta en proveedores, transportistas, distribuidores y toda la cadena productiva. “Pero además no son personas solas. Cada despedido representa un núcleo familiar. Estamos hablando de decenas de miles de personas afectadas”, remarca.

La panadería es uno de los termómetros más sensibles de la economía real. Es comercio de cercanía, es producción nacional, es empleo intensivo y es consumo cotidiano. Su crisis es la radiografía más cruda de un modelo económico que profundiza la desigualdad y expulsa del sistema a quienes siempre vivieron al filo. Hoy, ni siquiera los pobres pueden permitirse lo que hasta hace poco era el símbolo por excelencia del alimento accesible.

La desaparición de panaderías no es solo un dato de catástrofe económica. Es la señal más clara de que el ajuste tiene rostro humano y ese rostro es el de la madre que se acerca al mostrador con monedas contadas, el del trabajador despedido que ya no puede pagar la harina, el del maestro panadero que apaga el horno por última vez.

La crisis del pan es, en definitiva, la crisis de un país donde ya no hay lugar para los oficios, para la tradición ni para la dignidad del trabajo. Y donde comer pan —algo tan elemental como eso— empieza a convertirse en un privilegio.

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