En solo una década, los nacimientos cayeron un 40%. Las mujeres tienen hijos más tarde o no los tienen. Crecen los hogares unipersonales. Y la infancia pobre sigue siendo mayoría. ¿Qué nos está diciendo esta Argentina sin niños?
En Orsai // Jueves 15 de mayo de 2025 | 08:00
Por En Orsai
La Argentina ya no es un país que espera niños. En apenas una década, los nacimientos se desplomaron un 40%. La cifra estremece por lo rotunda, pero más aún por lo que revela: la voluntad de engendrar futuro se está apagando en un país que hace años vive al borde del colapso.
"Nuestro país ha venido bajando la tasa de natalidad de forma constante, como otros países del mundo, pero con una intensidad mucho mayor en el último decenio", explica Lorena Bolzón, investigadora del Observatorio de Desarrollo Humano y Vulnerabilidad de la Universidad Austral. En diálogo con Urbana Play, Bolzón advierte que el fenómeno en Argentina no sólo se alinea con una tendencia global sino que tiene características propias y alarmantes.
Desde 2014, la curva de nacimientos se inclina hacia abajo sin interrupciones. La caída no es solo numérica. Es social, económica, cultural. "Cuando la economía se deteriora, cuando crece la pobreza, disminuye la cantidad de nacimientos", señala Bolzón, parafraseando a Bernardo Kliksberg. Y la Argentina lleva diez años de involución sostenida, de empobrecimiento masivo, de migración interna forzada y de políticas públicas que abandonan a las familias.
El número es tan contundente como preocupante: hoy nacen 40% menos niños que en 2014. Esta cifra supera con creces la media regional y pone al país en una encrucijada demográfica: hay menos hijos, menos familias, más soledad, más adultos mayores. Un cóctel que anticipa un futuro inviable si no se revierte el rumbo.
El nuevo mapa social argentino muestra un fenómeno creciente: los hogares sin hijos son ya mayoría, y los hogares unipersonales –es decir, de personas solas– pasaron de representar el 13% en 1991 al 25% en 2022. Uno de cada cuatro hogares en el país está habitado por una sola persona. Una radiografía que duele y que se profundiza con el envejecimiento poblacional y la migración de jóvenes.
El aumento de la expectativa de vida, combinado con una natalidad en caída libre, compone un país cada vez más viejo, más solo y más desilusionado. "Nuestra población está más envejecida, y al mismo tiempo nacen menos niños. Eso cambia toda la estructura social", afirma Bolzón.
La fertilidad en Argentina es hoy de 1,4 hijos por mujer, muy por debajo del nivel de reemplazo poblacional, que se sitúa en 2,1. En otras palabras, la población del país está destinada a decrecer, salvo que exista una oleada migratoria –altamente improbable en el contexto actual– que compense ese vacío.

Uno de los datos más reveladores del análisis es que, aunque los hogares más pobres tienden a tener más hijos, el deterioro económico generalizado ha afectado también esa dinámica. La pobreza infantil sigue siendo escandalosa: en un país con una pobreza general en torno al 45%, el índice trepa a casi el 60% entre los menores de 14 años.
"Los sectores de menores ingresos concentran mayor cantidad de hijos, y por eso la pobreza es aún más alta en la infancia", señala Bolzón. Este círculo vicioso –menos hijos en clases medias, más hijos en la pobreza, pero con menor calidad de vida y menos oportunidades– genera un panorama explosivo a largo plazo: una población empobrecida, envejecida y sin recambio generacional.
En este contexto, hay un único dato alentador: la caída sostenida del embarazo adolescente. Desde 2020, y con más fuerza desde 2021, el embarazo no intencional en la adolescencia muestra un retroceso significativo, asociado a campañas de prevención, mayor acceso a anticonceptivos y políticas educativas que, por una vez, funcionaron. Pero incluso aquí hay una trampa: la caída en los nacimientos se da también en grupos adultos, lo que indica que el fenómeno es transversal y estructural.
"La baja de natalidad no se explica solo por la caída del embarazo adolescente. Se observa en todos los grupos etarios", aclara la investigadora. Es decir: no se trata solo de que las adolescentes ya no se embarazan, sino de que nadie quiere tener hijos en un país en ruinas.
Otro cambio radical es el aumento en la edad de las madres primerizas. Las mujeres tienden a postergar la maternidad, cuando no directamente a descartarla. La precariedad laboral, la inflación desbocada, la falta de políticas de cuidado y el discurso oficial que castiga cualquier forma de organización colectiva construyen un escenario en el que tener hijos es, lisa y llanamente, un lujo.
A esto se suman factores culturales. La maternidad ya no es un mandato para las nuevas generaciones, pero tampoco se dan las condiciones para que el deseo de tener hijos pueda materializarse. Las mujeres eligen cada vez más vivir solas, priorizar su desarrollo personal y profesional, o directamente evitar un futuro que no promete nada.
La pregunta es incómoda pero inevitable: ¿qué país podemos construir si nadie quiere tener hijos en él? La baja de la natalidad no es solo un fenómeno estadístico. Es el reflejo más brutal del estado de ánimo colectivo. Un país sin infancia es un país sin porvenir.
En tiempos donde se aplaude el cierre de ministerios y se celebran los despidos masivos como si fueran gestas libertarias, pensar en políticas públicas de acompañamiento a la familia parece una herejía. Pero sin ellas, lo que se juega no es solo el presente sino el derecho mismo al futuro.
Porque un país que expulsa a sus jóvenes, que empobrece a sus niños, que desprecia a sus viejos y que castiga a quienes aún deciden formar una familia, es un país que está dejando de existir.