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Sur, represión y después: la paradoja de la Nueva Conquista del Desierto

Paradoja de la Nueva Conquista del Desierto La historia se nos acaba de echar encima una vez más. La Conquista del Desierto necesitaba una remake y el gobierno de Macri viene a reeditarla. La Conquista del Desierto cultural ha comenzado.

Ilustración: Maite Larumbe

Ilustración: Maite Larumbe


Lunes 04 de diciembre de 2017 | 21:08

Texto: Carlos Caramello

“¿Y qué han hecho estos (los cristianos), qué ha hecho la civilización en bien de una raza desheredada que roba, mata y destruye, forzada a ello por la dura ley de la necesidad?

¿Qué han hecho?”

Lucio V. Mansilla.

Del epílogo de “Una excursión a los Indios Ranqueles”

Hacia 1870, se estima que había alrededor de 30.000 nativos en las salinas grandes y unos 10.000 más al sur, en la patagonia más austral. Rosas, ese Don Juan Manuel, ya había avanzado la frontera un par de décadas antes. Financiado por la Provincia de Buenos Aires y por los hacendados (¡cuándo no!) que sufrían el robo de ganado, había perpetrado su “expedición”. El resultado: más de 3.500 indios muertos, 1.500 prisioneros, 1.000 cautivas recuperadas y una “Gramática y Diccionario De La Lengua Pampa” que algunos hojeamos todavía. Negociando y guerreando, Rosas había empujado a los indios contra la cordillera y había establecido una paz que duró tanto como el Restaurador estuvo en territorio. Luego, bajo el mando de Calfucurá –autoproclamado “cacique general de las pampas” –, las tribus pampas, ranqueles y araucanas confluyeron en la “Gran Confederación de las Salinas Grandes” y junto con la otra confederación que comandaban los caciques Mariano Rosas, Baigorrita y Pincén, volvieron a convertirse en ese “azote de Dios” que el gobierno no sabía cómo combatir.

Pero el mundo cambiaba y las condiciones internacionales de 1870 crean una nueva oportunidad para Argentina: la apertura de los mercados internacionales que demandaban más y más materias primas y alimentos. La ampliación de las fronteras productivas se convirtió entonces en una necesidad imperiosa y con esta expansión surgió la urgencia de conformar un sistema de dominación estable.

La urgencia, no obstante, tardó casi ocho años. Avellaneda instruyó a su ministro de guerra, Adolfo Alsina, para que iniciara una campaña cuyo fin era extender la línea de frontera hacia el Sur de la Provincia de Buenos Aires. El último malón, comandado por el cacique Namuncurá (hijo de Calfucurá), había arriado medio millón de cabezas de ganado y los terratenientes trinaban. Allí nació la “grieta primigenia”, la tan mentada zanja de Alsina, un tajo de más de 730 kilómetros en la tierra que intentaba frenar el robo de la vacada. Pero Alsina murió mientras otros cavaban la fosa y la heredó el joven y ambicioso Julio Argentino Roca, quien vio en la Conquista del Desierto un trampolín perfecto para su despegue y ascenso político. Decidido (sanguinario diría), Roca emprendió la Conquista con el financiamiento de la Ley de Empréstitos y el apoyo ideológico de intelectuales orgánicos que, desde los medios de entonces, operaron lo que la antropóloga Diana Lenton define como la “singularización del indio como un otro salvaje”.

Los diarios de la época siguieron con interesada pasión la campaña que, además, fue “escoltada” por numerosos intelectuales reconocidos que buscaban ser parte de lo que decían, era “el capítulo fundante del Estado nacional”. El caso más evidente fue José Hernández, quien en 1872 publicó su libro “El Gaucho Martín Fierro” que finaliza con el protagonista abandonando la civilización para irse a vivir con los indios. Dice una de sus últimas estrofas: “Yo se que allá los caciques/ amparan a los cristianos/ y que los tratan de “Hermanos”/cuando se van por su gusto/ ¿a qué andar pasando sustos?/ alcemos el poncho y vamos”. Pero en 1879, ya metido de pies y manos en la política, José Hernández editaría “La Vuelta de Martín Fierro” en la que el héroe vuelve arrepentido y asqueado de la indiada y al cruzar la frontera exclama: “Y en humilde vasallaje/ a la majestá infinita/ besé esta tierra bendita/ que ya no pisa el salvaje”. Noé Jitrik dice que entre los dos libros hay “diferencias formales y diferencias ideológicas importantes: así el gaucho rebelde, el que se va a los indios para no soportar la opresión, acepta sumisamente su derrota y se dispersa voluntariamente; así, el que se defendía de la injusticia como podía, ahora da consejos que constituyen un manual de adaptabilidad; así como las ideas sobre cultura afirmaban orgullosamente un orbe gaucho, autónomo, autosuficiente, ahora hay un respeto a una universalidad cultural que no sale de lo gaucho sino de la civilización que ha destruido al gaucho”.

Lo que había cambiado en Hernández era algo más que su propio interés, era un interés de época. Había llegado la hora del orden. La Generación del ‘80 se ofrecía con todo su esplendor y reclamaba para sí la victoria de la síntesis entre Estado nacional y territorio. Más de ocho millones y medio de hectáreas repartidas entre 400 familias. Miles de indios muertos, 14.000 sometidos a una nueva forma de esclavitud: los hombres a trabajar a la zafra o las minas del norte, las mujeres y niñas convertidas en servidumbre e incluso, algunos, a ser “ejemplares de exhibición” –en vida y también después de muertos– en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Sonaba la diana del “buen salvaje” en esa Argentina, que se distinguía así del resto de las naciones bárbaras de América.

La nueva Conquista del Desierto

La historia se nos acaba de echar encima una vez más. La Conquista del Desierto necesitaba una remake y el gobierno de Macri viene a reeditarla como todo lo que hace: el vacío en tecnicolor. Lo anunció sueltito de cuerpo el por entonces ministro de Educación (hoy difuminado candidato a senador nacional) Esteban Bullrich: “Esta es la nueva Campaña del Desierto, pero no con la espada sino con la educación”.

Lo explica con inusual claridad el sociólogo Daniel Rosso: “La Conquista del Desierto cultural actúa por unificación salvaje: trabajadores del menudeo, beneficiarios de planes sociales, docentes que faltan, manteros africanos, estatales de baja productividad, militantes, piqueteros, sindicalistas, políticos corruptos, son parte de una cultura nacional dominada por el populismo donde el Estado cumple un rol garantizando determinados niveles de ineficiencia y baja productividad”.

La Conquista del Desierto cultural ha comenzado. Y así como en 1880 los indios eran “listados, cuantificados, vigilados, distribuidos y, eventualmente, racionados por el Estado”, hoy pretenden ejercer roles similares sobre todos aquellos a los que significan como el otro improductivo. Por eso “el artesano”, por eso “los indios”, por eso el pseudo-constructo de Patricia Bullrich definiendo a los grupos que resisten la nueva conquista como “sectores anarquistas, elementos trotskistas, corrientes kirchneristas, manifestantes revolucionarios, organismos de Derechos Humanos, sindicatos combativos y organizaciones sociales y piqueteros violentos”.

No hay “conquista” del Desierto. Lo “desierto” se ocupa. Si hay que conquistar es porque no hay desierto, porque hay sujeto habitándolo. Y aunque la asimetría de fuerzas repita la de la Generación del ´80, con medios afines, intelectuales orgánicos, multinacionales presionando, represión y todo el poder del Estado, hay una Argentina de pie, maloneando para resistir. Hay una india que, aunque presa, los asusta. Y una desaparición forzada que agita una ola de ojos y de bocas que no cesan. Y millones de pibas y pibes a los que no le van a cambiar futuro por pasado.

Fuente: http://hamartia.com.ar/2017/11/26/sur-represion-y-despues/

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