Datos importantes

Pasaporte a la desigualdad: la verdad detrás del negocio de la ciudadanía italiana

Mientras miles de latinoamericanos sueñan con "hacerse europeos", Italia se llena los bolsillos cobrando por papeles que deberían ser gratuitos. El lado B de un negocio que combina burocracia, colonialismo soft y desesperación migrante.

Pasaporte a la desigualdad: la verdad detrás del negocio de la ciudadanía italiana

En Orsai // Lunes 26 de mayo de 2025 | 19:34

Trámites que tardan años, gestores que cobran miles de euros, municipios que inventan cupos, consulados colapsados. Obtener la ciudadanía italiana se convirtió en una industria que factura millones con la esperanza de jóvenes latinoamericanos que quieren escapar del ajuste. Pero detrás de la trampa burocrática se esconde algo más profundo: la reconfiguración de un sistema global que premia la sangre europea y castiga al resto del mundo.


Durante siglos, Europa vino a América Latina a saquear, matar y explotar. Hoy, con más sutileza, hace algo parecido: cobra por reconocer derechos que les corresponden a millones de descendientes de italianos nacidos en países empobrecidos por el mismo sistema que Europa lidera.

La ciudadanía italiana iure sanguinis —por sangre— se presenta como una oportunidad, como un derecho. Pero en la práctica, se ha transformado en un laberinto perverso que selecciona, excluye y lucra con la identidad.

Una industria de la desesperación

Sólo en Argentina, más de 25 millones de personas tienen algún antepasado italiano. Pero obtener la ciudadanía es, en la práctica, un calvario que puede durar entre 7 y 15 años si se hace por vía consular. Y esa demora no es casual: es funcional al negocio.

En paralelo, creció una red de gestores, abogados y consultoras que ofrecen hacer el trámite “rápido” viajando a Italia. ¿El precio? Entre 5 mil y 12 mil euros, dependiendo del “paquete”.

Mientras tanto, los municipios del sur de Italia —regiones pauperizadas— venden su “colaboración” a latinoamericanos a cambio de dinero. Algunos ayuntamientos incluso han desarrollado verdaderas mafias locales que asignan cupos y gestionan turnos bajo cuerda.

Todo esto, con la complicidad tácita del Estado italiano, que finge estar desbordado mientras recauda millones en tasas, legalizaciones y sellados.

Racismo consular y privilegio europeo

Italia no cobra por “reconocer ciudadanía” a un alemán, a un canadiense o a un australiano. Pero sí somete a los latinoamericanos a un verdadero vía crucis, repleto de requisitos absurdos, traducciones oficiales, apostillas, turnos imposibles, y trato discriminatorio en consulados.

En países como México, Colombia o Brasil, las sedes consulares están colapsadas hace décadas, sin voluntad política de agilizar los trámites. El resultado es previsible: los pobres esperan años, los ricos pagan y viajan.

¿Un derecho o una trampa?

Desde un punto de vista legal, la ciudadanía por sangre es un derecho. Pero en la práctica, funciona como una forma de selección racial y económica, donde solo acceden los que tienen tiempo, dinero y contactos.

Lo que parece una oportunidad individual —“ir a Europa a trabajar”— es en realidad una válvula de escape funcional al ajuste estructural en América Latina. La emigración se vuelve una solución desesperada ante la falta de futuro en países como Argentina, donde el salario mínimo no alcanza ni para pagar una gestoría.

Colonialismo soft: vos te vas, ellos ganan

Cada latinoamericano que obtiene ciudadanía italiana se convierte en contribuyente del sistema europeo. Allá paga impuestos, allá consume, allá trabaja. Es un migrante legal, pero también una pieza útil en la economía europea.

Italia se ahorra formar a sus propios jóvenes, importa argentinos, brasileños o mexicanos educados con fondos públicos latinoamericanos, y los pone a trabajar en su sistema jubilatorio. El Sur sigue subsidiando al Norte, pero ahora con pasaportes.

¿El resultado? Europa rejuvenece su fuerza laboral sin pagar el costo de sostener ni educar a sus nuevos ciudadanos.

Las nuevas cadenas

Lo más inquietante es lo simbólico: la ciudadanía italiana se presenta como un “ascenso social”, como un premio, como una validación. Pero en el fondo es una nueva forma de dependencia cultural, donde ser argentino, colombiano o mexicano ya no alcanza: hay que ser europeo “por dentro” para tener futuro.

La trampa es sutil pero feroz: Europa se posiciona como el lugar al que hay que volver, incluso si nunca se estuvo. El viejo continente reconfigura su poder sin colonias formales, pero con súbditos voluntarios.

¿Qué hacemos con esto?

No se trata de culpar al que busca un futuro mejor. Se trata de desenmascarar un sistema que disfraza privilegios de derechos y negocios de cultura. La ciudadanía italiana no es un regalo. Es una puerta que se abre para pocos, pero se vende como universal.

Si queremos otra América Latina, necesitamos otro relato: uno que valore lo propio, que no mida el futuro en euros, y que no someta nuestras identidades al visto bueno de un consulado italiano.


Comparte en Facebook Comparte en Twitter Comparte en Google+ Enviar a un amigo Imprimir esta nota