El gobierno de Javier Milei insiste en una narrativa de control absoluto, pero la realidad económica, tozuda, se impone. La reciente intervención en los mercados cambiarios para mantener el dólar debajo de la barrera de los $1.300 no es un signo de fortaleza, sino de una desesperación silenciosa que se traduce en costos millonarios para las arcas estatales.
La señal enviada por el Banco Central fue clara: "No, muchachos, ni $1.340 ni $1.350". Una intervención masiva, con pago de tasas de interés "tremendamente altas", según advierte el economista Luis Secco, para frenar una suba que, en 15 días de julio, ya amenazaba con superar el 6%. La pregunta es obvia: ¿cuánto tiempo y con qué recursos se puede sostener esta ficción?
El relato oficial y la cruda realidad económica
El mantra oficial de que "todo marcha de acuerdo al plan" se desmorona ante cada nueva medida de urgencia. Cuando un gobierno se ve obligado a corregir el rumbo a diario, subiendo tasas que no quería subir, o implementando restricciones crediticias tras un supuesto "boom", la confianza se erosiona. La comunicación presidencial, cargada de una retórica de superioridad intelectual, no hace más que profundizar la desconfianza de una ciudadanía que ve cómo sus ingresos se pulverizan.
No se trata de una "batalla cultural" ni de un problema de "mandriles que no entienden". Se trata de política económica real, con consecuencias tangibles para la vida de millones de argentinos. La economía no es un laboratorio donde las variables responden a dogmas ideológicos; es un complejo entramado social donde cada decisión tiene un impacto directo en el poder adquisitivo, el empleo y la calidad de vida.
Jubilados: el eslabón más frágil de la cadena del ajuste
Mientras el gobierno se jacta de un supuesto "aumento" de las jubilaciones en dólares, la realidad en las farmacias es un puñetazo al estómago. Florencia Markarian, abogada previsional, revela un escenario desolador: jubilados que pagaban $15.000 extra en medicamentos, hoy desembolsan $85.000. Aunque el PAMI cubra algunos fármacos, tratamientos esenciales quedan fuera, empujando a nuestros mayores a una humillante mendicidad ante sus hijos o familiares.
La dignidad de quienes dedicaron su vida al trabajo se ve pisoteada. Padres que antes ayudaban a sus hijos, ahora deben pedirles ayuda para pagar expensas o, peor aún, para acceder a la medicación vital. Esta es la cara más cruel del ajuste, un ajuste que no distingue entre una macroeconomía abstracta y la vida concreta de quienes menos tienen para perder.
La informalidad como síntoma de una política sin rumbo
El reciente anuncio del Banco Central sobre el aumento de encajes bancarios, destinado a restringir la liquidez en pesos, es otra señal de un zigzagueo preocupante. Mientras se pregona un "boom de crédito", se toman medidas que lo estrangulan, con el riesgo de subir aún más las tasas de interés y contraer la actividad económica.
Es el viejo Milei el que entendía que "todo peso que sobra o se va a dólares o se va a comprar bien". El nuevo Milei, el que justifica las acciones de un Banco Central al que juró destruir, parece ignorar que estas medidas, lejos de anclar expectativas, solo profundizan la incertidumbre en una economía donde la informalidad es la norma para la mitad de la población. La fragilidad de la economía argentina, con un gobierno que parece improvisar sobre la marcha, nos arrastra a todos hacia un abismo de imprevisibilidad y precariedad.































