“teoría de la militancia”

Selci: “Necesitamos pasar a la ofensiva, pero primero hay que discutir qué queremos”

Presidente del Concejo Deliberante de Hurlingham y militante de La Cámpora, el escritor Damián Selci viene desarrollando un encuadre teórico para la militancia, convencido de su potencialidad y de la urgencia de “pasar a la ofensiva”.

Selci: “Necesitamos pasar a la ofensiva, pero primero hay que discutir qué queremos”

contraeditorial.com // Viernes 22 de enero de 2021 | 11:11

(Por Carlos Romero) En su libro La organización permanente, propone una “teoría de la militancia” para superar la parálisis a nivel mundial de los movimientos populares y la izquierda tras la derrota de los socialismos reales. “Es un llamado a la politización constante, salvo que aceptemos que este es un tiempo sin utopías, donde lo único que podemos hacer es ver cómo avanza la derecha, comiendo pochoclo y diciéndonos ‘qué mal que está el mundo’”, resume Selci. Considera que “hablar de la grieta es perder el tiempo viendo cómo hacemos para que la derecha sea sensata”, y que en cambio es imprescindible darse un programa que tenga osadía: “Como vemos, no tenemos tantos problemas en hacernos del poder, pero después hay mucho miedo de cómo usarlo”, sostiene.

– Su libro es un llamado a la acción militante y al pase de una situación defensiva a otra ofensiva. ¿Cómo se inserta esta propuesta en la actual coyuntura política?

– El libro está escrito por la naturaleza del contexto, en un sentido amplio. La coyuntura intelectual y política es que el campo popular no tiene un programa claro. Esto no es ninguna novedad. A nivel internacional, el comunismo dejó de ofrecer un horizonte práctico realmente asequible y los movimientos populares, en general, se vieron ante un compás de espera donde la tarea principal es resistir al neoliberalismo. Dejó de ser un programa positivo, con una serie de cosas que queríamos para la humanidad, y pasó a ser un programa negativo, de resistencia. Incluso las grandes avanzadas de los movimientos populares, a veces confundidas para bien y para mal con la teoría populista de Ernesto Laclau, tenían el mismo sesgo. Me parece que es necesario ponerse a pensar en grande otra vez. No basta con quedarnos en la política de cuidar lo que tenemos, de no seguir perdiendo. Hay que pasar a la ofensiva política, pero para eso primero hay que pasar a la ofensiva en el plano intelectual. Hoy parece que la derecha tuviese la ofensiva cultural y eso es porque nosotros no estamos pensando en lo que tenemos que hacer. Lo que llamo teoría de la militancia es una intención que trata de recuperar la iniciativa también el plano intelectual y cultural, espiritual, para que después tenga contenido una posible avanzada política.

“Ni siquiera estamos generando un debate interno sobre qué queremos hacer con el poder”.

– ¿Por qué el encuadre teórico tiene esta centralidad en su trabajo?

– Bueno, es forzoso ir a la teoría cuando no tenés un marco teórico. El libro que escribí antes, Teoría de la militancia, buscaba justamente darle una salida teórica al problema de por qué habíamos perdido las elecciones en 2015, pero tratando de generar algo más que decir que perdimos por el candidato o porque no supimos tal cosa o por una razón táctica. Para mí, el problema es la generación de un programa, una voluntad y una estrategia. Creo indispensable avanzar ya en eso, porque en realidad estamos haciendo política sin un marco teórico. Hacemos política yendo a revisar o reivindicando marcos teóricos del pasado pero no estamos creando uno nuevo acorde. La necesidad de este marco teórico es tal que si no lo hacemos no vamos a generarle ninguna preocupación a la derecha, que nos tiene perfectamente caracterizados. Lo único que decimos es que hay políticas de cuidado, ¿no? Ni siquiera estamos generando un debate interno sobre qué queremos hacer con el poder.

– En general, parece que los gobiernos, a lo sumo, pueden contener el daño, pero toda idea que vaya más allá de inmediato es tachada de ingenua o voluntarista.

– Por supuesto. Y eso es verdad en la medida en que sigan las ideas viejas, por eso hay que tener nuevas. Este libro, lo reconozco, es osado, pero prefiero fracasar siendo osado que no fracasar siendo cauteloso. Propone una utopía concreta que es la militancia como una idea generalizada, basada en la fórmula de la responsabilidad absoluta, y hace un recorrido por la filosofía de cuño posestructuralista, que es lo que domina el campo intelectual, para mostrar que la militancia es un tipo de discurso, de práctica política, que está a la altura de las exigencias de la filosofía contemporánea, pero que a su vez ofrece algo mejor; que es una práctica completa para encontrar una idea de comunidad practicable y vivible. Es lo que Perón llamaba comunidad organizada, reinterpretado bajo la óptica que podemos tener hoy, pero en lo esencial manteniendo la clave, que es la necesidad de un tipo de ciudadanía militante. No hay que escaparle a ese término, hay que afrontarlo, y también hay que recuperar el término organización, hay que mantenerlo a fondo, dejando de lado los pruritos que mucha intelectualidad suele tener. Hay que agarrar estos términos con las dos manos y avanzar en esa dirección de una buena vez. La filosofía contemporánea se dedicó desde los años 60 a hacer una especie de autocrítica por los errores del estalinismo. Creo que hay que dar por terminado ese proceso, porque se han criticado cosas que era necesario criticar y se han echado por la borda otras que era necesario conservar, y una de esas es la idea de la organización. Por eso el libro se llama La organización permanente y es una llamado a la politización constante, a la militancia constante de todos y cada uno, salvo que aceptemos que este es un tiempo sin utopías, donde lo único que podemos hacer es ver cómo avanza la derecha y lo miramos por Twitter o televisión, comiendo pochoclo y diciéndonos “qué mal que está el mundo”.

– El asalto al Capitolio de los EEUU, ¿es un ejemplo de este estado de situación?

– Si vemos los últimos sucesos en Estados Unidos, a mí lo que me molesta bastante de esa escena no es tanto la escena en sí, sino la fascinación paralizada, como de un gato mirando el tren venir y sin poder moverse; con el progresismo que se limita a constatar que la derecha está desbocada, sin dedicar un solo minuto de tiempo en ver cómo nosotros, en el caso argentino, los peronistas y kirchneristas, y en el mundo, los progresistas y de izquierda, podemos hacer cosas osadas en este momento. Lo que pasa es que tenemos que hacer una revolución mental y conceptual muy grande. Todos los intelectuales lo único que hacen es caracterizar a la derecha. ¿Cómo es la ultraderecha? ¿Cómo es VOX en España? ¿Cómo son Macri o Patricia Bullrich? ¿Cómo es Trump o Bolsonaro? Así no vamos a ningún lado. Lo único que hacemos es generar decepción y miedo en los nuestros. ¿Por qué no nos caracterizamos de una vez a nosotros mismos, lo que queremos hacer y nuestro proyecto político? Estamos tan asustados y paralizados por la derrota de los socialismos reales, que acá se tradujo en el vaciamiento ideológico del peronismo durante el menemismo, que no podemos ni siquiera tomar las grandes consignas emancipatorias que pronunciaron Néstor y Cristina Kirchner, para poner el caso argentino, que habilitan una idea de vida en común muy interesante. Cuando Cristina dijo que el mejor lugar para los jóvenes es la política, esa frase es digna de los enunciados más radicalizados del siglo XX. No tiene nada que envidiarle a las frases del Mayo Francés, de Mao o de Fidel Castro. Deberíamos extremar ese enunciado y decir que el mejor lugar para todos es la política.

“Propongo que la militancia devuelva los problemas a la gente y, si funciona, la gente devenga militante”.

– Varias veces a lo largo del libro aparece la idea del miedo aplicado a la política. ¿Cómo incide ese miedo en la parálisis que la izquierda verifica a nivel mundial?

– Para mí, el problema es un balance mal hecho de la experiencia de los movimientos emancipatorios del siglo XX. Diría que la autocrítica por los errores es demasiado masiva. Comparto la crítica a la prioridad exclusiva de lo económico en las luchas políticas, que significó otorgarle un papel predominante sólo a la clase obrera como sujeto político, pero no comparto llevarse por delante por ese motivo a los grandes avances político-organizativos del siglo XX, por ejemplo, una noción novedosa y revitalizante de la idea de organización política, del verticalismo político, dos términos que es muy importante mantenerlos y que mientras no los asumamos como tales, vamos a seguir dando vueltas como ahora, con el miedo a usar el poder una vez que lo tenemos. Como estamos viendo, no tenemos tantos problemas en hacernos del poder, pero después hay mucho miedo de cómo usarlo, para no ser acusados de totalitarios.

Es exactamente el problema que paralizó a la filosofía contemporánea: ¿cómo hacer un pensamiento que no pudiera ser acusado de estalinista? Y ahí termina el programa. Después, ¿cómo podemos quejarnos de que nuestros movimientos avancen poco, si no tienen ningún norte? La teoría de la militancia busca tener un programa, que es la responsabilidad por la responsabilidad del otro; que hacer política signifique esencialmente lograr que el pueblo haga política; que gobernar, para nosotros, signifique crear militantes, no el satisfacer demandas o resolver conflictos o administrarlos. Necesitamos cambiar por completo la forma en que estamos pensando las cosas, porque si no la desafección política va a ser mucho mayor.

“Cristina dijo que el mejor lugar para los jóvenes es la política, esa frase no tiene nada que envidiarle a las frases del Mayo Francés, de Mao o de Fidel Castro”.

– En paralelo, la derecha muestra desparpajo y no deja de correr los límites.

– La derecha está experimentando con nuestra capacidad de soportar y de aceptarlos, y nosotros estamos mirándolos fascinados, con la misma cara de tontos que tenía la socialdemocracia alemana cuando vio crecer al nazismo. Los intelectuales publican libros donde muestran cómo el capitalismo nos está dominando y que la ultraderecha no tiene límites. ¿Y nosotros? Estamos mirando Netflix. ¿Qué estamos haciendo? Tuiteando. El llamado urgente a la movilización no es sólo porque tengamos una crisis ambiental que amenaza con llevarse puesto al planeta, sino también para que la vida tenga sentido. Por eso la categoría más fuerte es la de responsabilidad, incluso absoluta. Significa que tu hacer político va a estar determinado por la idea de que otro también se pueda volver responsable. No es una cosa sacrificial. No propongo que los militantes se hagan cargo de los problemas de la gente sin pedir nada a cambio. Al revés: propongo que la militancia devuelva los problemas a la gente, y que al hacerlo, si es eficaz ese proceso, la gente devenga militante. Lo que planteo es que definamos, en un debate público lo más grande posible, qué queremos, para que nuestra política no tenga un techo tan bajo, tan miserable, que consista en evitar una catástrofe, porque el problema de eso es que nadie dejaría la vida sólo para salvar la vida.

– Así dicho, se parece a un trueque, ¿no?

– Claro. Es necesario algo más que la supervivencia para que alguien decida, por ejemplo, arriesgarlo todo y que puedas terminar preso o muerto o de la forma que sea, porque de eso estamos hablando. Necesitamos un marco teórico nuevo y creo que es el de la militancia. La militancia de por sí ya es la nueva vida, y lo digo así un poco pomposamente, pero ya es la comunidad organizada. Cuando la militancia se convierte en una opción existencial, puede contrarrestar a la locura negacionista de ultraderecha que está gobernando el sentido común a nivel planetario. Por eso hay que perder el miedo instalado en el plano de la teoría por 50 años de filosofía postestructuralista, a la que hay méritos que yo le reconozco, pero podemos hacer una serie de correcciones para avanzar con algo mejor que la teoría del populismo de Laclau, a la que respeto mucho pero creo que tiene límites insalvables. El principal es la inocencia en la que queda el pueblo. La militancia es lo contrario de la inocencia: es la responsabilidad absoluta, más allá de que lo que pase sea tu culpa o no lo sea.

– El Frente de Todos es un espacio donde conviven distintos matices, pero hay algunas referencias fuertes, como la de consenso. Si gobernar significa “crear militantes”, ¿cómo ve al gobierno respecto de un programa de este tipo?

– Cuando Cristina publica el video donde explica las razones de la candidatura a la presidencia de Alberto Fernández y de ella como vice, creo que además de elaborar una táctica electoral, está haciendo algo más, que es dar un tiempo para la reflexión política a la militancia. En relación a la actual correlación de fuerzas, Cristina ya dijo todo en ese video, pero me parece que justamente hay que aprovechar ese tiempo que ella genera para que nos hagamos unas preguntas de fondo. Si creemos que la política consiste en resolverle problemas a la gente, es una cosa, pero también podríamos considerar que tenemos que resolver los problemas de la gente con la gente y que, por lo tanto, la gente ya no sea simplemente esa especie de estadística electoral o encuestológica que opina según le sopla el viento, sino que necesitamos algo más: gente comprometida. Y gente comprometida es gente militante. La coyuntura, amén de los desafíos enormes que genera en términos de gestión y de política, también es un tiempo para pensar más allá de la coyuntura. El siglo XXI va por su segunda década y nadie dice para dónde hay que ir. Tenemos que debatir sobre eso. Un país como la Argentina, que tiene un Día del Militante en el calendario, no está condenado a pensar como si fuésemos consumidores de plataformas digitales y debates tontos.

“Hablar de la grieta es perder el tiempo viendo cómo hacemos para que la derecha sea sensata”.

– ¿Qué opina de la llamada grieta y cómo se puede abordar desde la militancia?

– Con la grieta, la opción más inteligente es salir. Esa palabra nos ha hecho invertir demasiado tiempo en ver cómo son los otros, cuando nuestro problema es que hoy no tenemos, a nivel mundial, algo equivalente al Manifiesto Comunista, que es “hay que hacer esto”. En la Argentina eso pudo haber sido las 20 verdades o el texto de Perón La comunidad organizada, y en otro país es otra cosa, pero para decirlo rápido: un manifiesto. Como no lo tenemos, cualquier cosa que nos distraiga me parece un error táctico y estratégico. Yo no debato con la derecha, no me interesa lo que piense la derecha. Me interesa lo que pensamos nosotros. Hablar de la grieta es perder el tiempo viendo cómo hacemos para que la derecha nos escuche, sea sensata. Una tarea que no va a ninguna parte. El contrasentido consiste en querer que la derecha se adecúe a ciertos parámetros y salga de la grieta, pero resulta que nosotros no sabemos qué queremos. No está claro para nada en el campo popular qué es lo que hay que hacer si tuviésemos el poder absoluto. Por eso me parece importante dar saltos largos hacia la cuestión programática, para poder discutir entre nosotros por una vez. Basta de discutir con la derecha. Y propongo ir a estos temas ahora y no en otro momento porque es cierto que a nivel mundial nosotros no sabemos a dónde vamos, pero la derecha tampoco lo sabe muy bien. La prueba es que Macri y Trump perdieron en primera vuelta. Hay una especie de entretiempo donde podemos permitirnos volver a ser osados y plantear las cosas de un modo más radical, para que valga la pena hacer política. Para que si un día terminamos como Amado Boudou, que está preso en su casa y quizás lo quieran devolver al penal, que valga la pena.

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