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Más odio macrista: "Volvemos a mantener vagos"

"La mujer se queja en la verdulería. Dice que ahora vuelven los tiempos de "mantener vagos", que en este país la gente sólo quiere planes. Le explico que en el 2015 había 207.000 programas sociales y que en estos cuatro años la suma alcanza a 467.000, de lo que puede deducirse que 260.000 personas se quedaron sin empleo.

Más odio macrista:

indiepolitik.blogspot.com // Jueves 07 de noviembre de 2019 | 07:40

Ella argumenta que hay mucha gente que no quiere trabajar. Yo le digo que con la cantidad de fábricas y comercios que cerraron, difícilmente alguien pueda acceder a un empleo, y que si no cuenta con ese mínimo ingreso de $8.000, directamente se lo condena a la muerte.

Le pregunto cuántas veces por semana va a su casa la señora que limpia, porque antes la veía todas las mañanas baldeando la vereda a las 6:45 y que ahora no la encuentro tan seguido. Me responde que tuvo que decirle que viniera los lunes y jueves porque ella también tuvo que achicar su presupuesto, pero que con esfuerzo se sale.

“NEGROS DE M… ”Por qué la clase media argentina odia a los pobres

Le explico que ella pudo acomodar sus finanzas prescindiendo del servicio de otra persona, pero que la persona directamente afectada seguramente estará haciendo malabares para darles de comer a sus hijos, y que precisamente ahí radica la diferencia.

Ofuscada, me responde que la mujer se quedó con menos horas de trabajo, pero tiene celular. Le digo que está en todo su derecho a tenerlo porque además de servirle para comunicarse con su familia, es el único medio con el que cuenta como para que alguien la llame por si necesita quien que le limpie o cuide a un niño o anciano.

Mis argumentos la agotan. Levanta la voz y dice que este es un país en el que la gente, en lugar de elegir a quien no pudo resolver los problemas, vota al que los ocasionó.

Yo también estoy agotada de tanta aporofobia y sólo atino a preguntarle: "¿Le parece que la opción sería encerrar a los pobres en campos de concentración?" Me mira un rato, no dice ni sí ni no. Toma el bolso y se retira con un saludo amable. Su moral cristiana le impide decir lo que verdaderamente siente.

La señora de cabello rubio, con hijos y nietos rubios, no es millonaria. Vende uniformes escolares y vive en el barrio Pichincha (Rosario). Si lo fuera, tendría una hermosa casona en la zona más bacana de Fisherton y estaría tomando el té con los descendientes de ingleses o con la esposa de Villavicencio. Sin embargo, ella aspira a parecerse a ellos, aunque cada día está más lejos, y con 60 años, ya no le da el piné como para cambiar de marido y encontrar un banquero o un terrateniente. Entonces, destila su impotencia y odio contra los pobres.

Evidentemente, el deseo de exterminar al otro a quien se considera inferior no se termina cuando se apagan los hornos crematorios y se cierran las puertas de los campos. Es un deseo latente que busca el momento preciso para convertirse en realidad. Es el basilo de la peste que espera pacientemente durante años escondido en la mesa de luz o entre los cajones de la ropa, y que algún día, para desgracia de sus habitantes, vuelve a inundar la ciudad de ratas".

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