SERIES

House of cards, el triunfo de la televisión sobre el cine

La extraordinaria producción de Netflix es un éxito mundial. Narra el ascenso implacable de un político estadounidense que encarna el más puro maquiavelismo.

House of cards, el triunfo de la televisión sobre el cine

Guillermo Belcore // Lunes 17 de febrero de 2014 | 12:22

Los últimos 15 años han sido lo que yo llamo la tercera era dorada de la televisión

 

SERIES
‘House of cards’, el triunfo
de la televisión sobre el cine
La extraordinaria producción de Netflix es un éxito mundial. Narra el ascenso implacable de un político estadounidense que encarna el más puro maquiavelismo.
Hace 500 años, un tal Niccolò di Bernardo dei Machiavelli terminaba de escribir una serie de consejos a los gobernantes de Italia. El tema del libro era el poder, cómo conquistarlo y cómo retenerlo, de qué medios valerse, qué importancia conceder a los principios y al azar. Hoy diríamos que El príncipe es el manual por excelencia del político ambicioso. Plasma el más “implacable pragmatismo“. Justamente, el principio que rige la conducta de uno los más memorables personajes de la televisión estadounidense: Frank Underwood, la estrella de ‘House of Card’
Acaba de estrenarse la segunda temporada de una serie que tiene millones de seguidores en todo el mundo y que testimonia las grandes ambiciones (incluso artísticas) de Netflix, la empresa de California que ofrece en streaming películas y series de televisión a cambio de una cuota de suscripción mensual.. La serie tiene sus fanáticos (el que esto escribe, por ejemplo) y genera adicción. El presidente Barack Obama pidió días atrás que nadie lo moleste: esa noche tenía programado darse un atracón de ‘House of card’.
¿Y quién es Frank Underhood?, se preguntarán los que no lo conocen. En el primer capítulo, se presenta como el jefe de la bancada demócrata de la Cámara de Representantes (Diputados). Es el maniobrero que desata los atascos legislativos. Minutos antes había estrangulado a un perro para que no sufra. Implacable pragmatismo. Proviene de Carolina del Norte y su acento sureño “es grande cómo un porche de una casa de antes de la guerra”, destacó un avispado comentarista. El flamante presidente de Estados Unidos defrauda a Frank: no cumple su promesa de nombrarlo secretario de Estado. A partir de esa traición, este dirigente amoral y sin escrúpulos despliega una sutil estrategia para ir ascendiendo en la escala de poder. Se mancha las manos de sangre. Destruye a sus enemigos, a menudo sin que estos sean capaces de percatarse de donde viene el trompazo. Tiene una esposa y un ayudante que son casi tan implacables como el legislador. No diremos una palabra más. Véanlo por ustedes mismos.
Tanto en el plano formal como en el de los contenidos, ‘House of card’ no carece de virtudes. Las historias son sólidas, porque hay un vaivén verosímil entre lo cinematográfico (entendiendo esto como la ficción pura) y el realismo. El maquiavelismo en acción, que reduce a cada persona a peón de ajedrez, resulta fascinante. La cara más oscura de la política queda en evidencia. Además, la actuación del enorme Kevin Spacey, como se dijo en el primer párrafo, es memorable. En rigor, ninguno de los interpretes desentona. El director apela a un recurso fascinante, tomado del teatro clásico (cuando el actor se adelantaba al proscenio y expresaba sus pensamientos) y conocido en el cine “como derribar el cuarto muro”: Underhook-Spacey mira a la cámara y nos explica sus motivaciones. Una técnica de complicidad muy eficaz.
‘House of card’, por otra parte, confirma que la buena televisión hoy está en condiciones de competir (y derrotar cabalmente) al cine tradicional. Oigamos lo que Spacey, que también es productor ejecutivo, le dijo la semana pasada en Londres a un grupo de periodistas:
“En 1990 David Lean, director de Lawrence de Arabia, dedicó su discurso de agradecimiento a un premio que le dio Hollywood a advertir a los productores de que cuidaran de los talentos emergentes porque de lo contrario la televisión se los llevaría todos y el negocio del cine caería en picado. Nadie le escuchó. Ocho años más tarde HBO estrenaba Los Soprano, cambiando para siempre la historia de la pequeña pantalla. Al mismo tiempo los estudios dieron un giro hacia las superproducciones de acción, con mucho superhéroe, así que los profesionales con ganas de contar historias de personajes buscaron espacio en el sitio más fértil para ello. Los últimos 15 años han sido lo que yo llamo la tercera era dorada de la televisión, se han dado todas las facilidades para que los guionistas creen personajes complejos, antihéroes que no caen en el tópico de personaje bueno con un buen trabajo y que es bueno con su familia. Estamos viendo series valientes, extraordinarias“.
EnOrsai ya ha especulado sobre quién podría ser el personaje de la política argentina más parecido a nuestro antihéroe. Mi conjetura es que los guionistas se inspiraron en el tramposo y oscuro Richard Nixon, quien -justamente- saltó de la legislatura a la vicepresidencia y de allí, después de un intento forzado, a comandar la Casa Blanca. Quién sabe. Más vale concluir aquí este artículo. Me urge el cuarto capítulo de la segunda temporada de ‘House of Card’. Ayer, Francis hizo morder el pelo al odioso Tea Party.Hace 500 años y meses, un tal Niccolò di Bernardo dei Machiavelli terminaba de escribir una serie de consejos a los gobernantes de Italia. El tema del libro era el poder, cómo conquistarlo y cómo retenerlo, de qué medios valerse, qué importancia conceder a los principios y al azar. Hoy diríamos que El príncipe es el manual por excelencia del político ambicioso. Plasma el más “implacable pragmatismo“. Justamente, el principio que rige la conducta de uno los más memorables personajes de la televisión estadounidense: Frank Underwood, la estrella de House of Cards.

Hace 500 años, un tal Niccolò di Bernardo dei Machiavelli terminaba de escribir una serie de consejos a los gobernantes de Italia. El tema del libro era el poder, cómo conquistarlo y cómo retenerlo, de qué medios valerse, qué importancia conceder a los principios y al azar. Hoy diríamos que El príncipe es el manual por excelencia del político ambicioso. Plasma el más “implacable pragmatismo“. Justamente, el principio que rige la conducta de uno los más memorables personajes de la televisión estadounidense: Frank Underwood, la estrella de House of Cards.

 


Acaba de estrenarse la segunda temporada de una serie que tiene millones de seguidores en todo el mundo y que testimonia las grandes ambiciones (incluso artísticas) de Netflix, la empresa de California que ofrece en streaming películas y series de televisión a cambio de una cuota de suscripción mensual. La saga ha ganado una legión de fanáticos (el que esto escribe, por ejemplo) y no resulta descabellado afirmar que genera adicción. El presidente Barack Obama pidió días atrás que nadie lo moleste: esa noche tenía programado darse un atracón de House of cards.

 


¿Y quién es Frank Underhood?, se preguntarán los que no lo conocen. En el primer capítulo, se presenta como el jefe de la bancada demócrata de la Cámara de Representantes (Diputados). Es el maniobrero que desata los atascos legislativos. Minutos antes había estrangulado a un perro para que no sufra. Implacable pragmatismo. Proviene de Carolina del Norte y su acento sureño “es grande cómo un porche de una casa de antes de la guerra”, destacó un avispado comentarista. El flamante presidente de Estados Unidos defrauda a Frank: no cumple su promesa de nombrarlo secretario de Estado. A partir de esa traición, este dirigente amoral y sin escrúpulos despliega una sutil estrategia para ir ascendiendo en la escala de poder. Se mancha las manos de sangre. Destruye a sus enemigos, a menudo sin que estos sean capaces de percatarse de donde viene el trompazo. Tiene una esposa y un secuaz que son casi tan despiadados como el legislador. No diremos una palabra más. Véanlo por ustedes mismos.

 


Tanto en el plano formal como en el de los contenidos, House of cards expone no pocas virtudes. Las historias son sólidas, porque hay un vaivén verosímil entre lo cinematográfico (entendiendo esto como la ficción pura) y el realismo. El maquiavelismo en acción, que reduce a cada persona a peón de ajedrez, resulta fascinante. La cara más oscura de la política queda en evidencia. Además, la actuación del enorme Kevin Spacey, como se dijo en el primer párrafo, es memorable. En rigor, ninguno de los interpretes desentona. El director apela a un recurso fascinante, tomado del teatro clásico (cuando el actor se adelantaba al proscenio y expresaba sus pensamientos) y conocido en el cine “como derribar el cuarto muro”: Underhook-Spacey mira a la cámara y nos explica sus motivaciones. Una técnica de complicidad muy eficaz.


House of cards, por otra parte, confirma que la buena televisión hoy está en condiciones de competir (y derrotar cabalmente) al cine tradicional. Oigamos lo que Spacey, que también es productor ejecutivo, le dijo la semana pasada en Londres a un grupo de periodistas:

 

“En 1990 David Lean, director de Lawrence de Arabia, dedicó su discurso de agradecimiento a un premio que le dio Hollywood a advertir a los productores de que cuidaran de los talentos emergentes porque de lo contrario la televisión se los llevaría todos y el negocio del cine caería en picado. Nadie le escuchó. Ocho años más tarde HBO estrenaba Los Soprano, cambiando para siempre la historia de la pequeña pantalla. Al mismo tiempo los estudios dieron un giro hacia las superproducciones de acción, con mucho superhéroe, así que los profesionales con ganas de contar historias de personajes buscaron espacio en el sitio más fértil para ello. Los últimos 15 años han sido lo que yo llamo la tercera era dorada de la televisión, se han dado todas las facilidades para que los guionistas creen personajes complejos, antihéroes que no caen en el tópico de personaje bueno con un buen trabajo y que es bueno con su familia. Estamos viendo series valientes, extraordinarias“.

 

EnOrsai ya ha especulado sobre quién podría ser el personaje de la política argentina más parecido a nuestro antihéroe (Véase en artículo relacionado). Mi conjetura es que los guionistas se inspiraron en el tramposo y oscuro Richard Nixon, quien -justamente- saltó de la legislatura a la vicepresidencia y de allí, después de un intento frustrado, a comandar la Casa Blanca. Quién sabe. Más vale concluir aquí este artículo. Me urge el cuarto capítulo de la segunda temporada de House of Cards. Ayer, Francis hizo morder el pelo al odioso Tea Party.

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