FERGUSON

Por la brutalidad de la policía, Estados Unidos volvió a los 60’

La cuestión racial -el pecado original de Estados Unidos- sigue vigente y se convirtió en un problema político de primer orden para Obama. El problema de militarizar a las policías locales.

Por la brutalidad de la policía, Estados Unidos volvió a los 60’

G.O.B. // Martes 19 de agosto de 2014 | 01:45

Los disturbios sólo explotan cuando el resto de vías para buscar justicia están bloqueadas, cuando los vecinos se sienten impotentes

 

Por la brutalidad de la policía,
Estados Unidos volvió a los 60’
Brutalidad policial, enfrentamientos en la calles, saqueos e indignación entre la comunidad afroamericana. Estados Unidos volvió a la década de los sesenta, cuando el racismo mostraba su rostro desalmado en todas las calles. Pero hay grandes diferencias, por supuesto. En la Casa Rosada manda ahora el hijo de un inmigrante negro de Kenia y una blanca de Kansas. Y este hombre que llegó como símbolo de reconciliación interna debe lidiar con un grave conflicto racial, el primero de los siete años de Barack Obama en el poder. La herida histórica provocada por el abominable esclavismo sigue abierta.
¿Qué fue lo que pasó? Uno o dos policías blancos acribillaron a balazos a un joven negro desarmado que había robado unos cigarros de una tienda de mala muerte. Michael Brown recibió ocho tiros, dos en la cabeza. ¿Dónde? En Ferguson, un suburbio de 21 mil habitantes de Saint Louis, la ciudad más importante del estado de Missouri. ¿Consecuencias? Airadas protestas de los afroamericanos en las calles. La policía, torpe y brutal como en todos lados, echó más nafta al fuego, salió a dar palos y gases a mansalva. Y entonces todos los diques de la convivencia civilizada se rompieron: saqueos, vandalismo, heridos por doquier, todos los ojos de la nación sobre esa pequeña localidad sureña. Primero se decretó el toque de queda. No sirvió para nada. Ayer el gobernador demócrata de Missouri movilizó a la Guardia Nacional (una especie de Gendarmería) para aplacar las protestas que se mantienen desde hace más de una semana. Obama se percató por fin de que se trata de un problema político de primer orden, cortó las vacaciones y envió a su fiscal general, Eric Holder (también negro), a la zona de guerra.
IMPOTENCIA
"La violencia policial en los barrios urbanos pobres donde viven las minorías es casi omnipresente, pero los disturbios son inusuales. Sólo explotan cuando el resto de vías para buscar justicia están bloqueadas, cuando los residentes se sienten impotentes", explica Cathy Lisa Schneider, autora del libro "Police Power and Race Riots: Urban Unrest in Paris and New York" y profesora de la American University de Washington.
Esa frustración que menciona la académica es la que mantiene a los manifestantes en las calles de Ferguson una semana después de que el asesinato de Brown. La familia del adolescente y la comunidad negra han tardado además seis días en lograr que la policía atendiera sus demandas y revelara el nombre del agente que vació su cargador en el cuerpo del chico. El agente Darren Wilson está de baja con sueldo y en libertad. No ha sido acusado de ningún crimen.
Otro asunto peliagudo salio a escena: las fuerzas policiales locales han sido pertrechadas los últimos años con armamentos que sobraron de las aventuras militares en Afganistán e Irak. La idea es que usaron esas armas contra las bandas de narcotraficantes o contra terroristas, no contra ciudadanos indefensos que protestan en las calles.
HARTOS DE TODO
Estos incidentes violentos recuerdan a los años sesenta, cuando el movimiento por los derechos civiles encabezado por el reverendo Martin Luther King luchaba por acabar con la odiosa discriminación racial. Precisamente, el asesinato el 4 de abril de 1968 de Luther King desencadenó una oleada de violentos disturbios en 125 ciudades estadounidenses que causaron 46 muertos y 2.800 heridos. La capital, Washington, fue la urbe más afectada, con 13 muertos e incontables saqueos y destrozos.
Cada tanto la furia afroamericana se expresa. Los más graves de los últimos años tuvieron lugar en Los Ángeles en abril de 1992. La chispa fue la absolución de cuatro agentes de policía que habían sido grabados por un videoaficionado propinando una brutal paliza al taxista negro Rodney King. Las protestas se prolongaron varios días y dejaron 55 muertos, más de 2.000 heridos y 1.000 millones de dólares en pérdidas materiales.
Es improbable que Ferguson degenere en tanta calamidad, o que el contagio se extienda y los guetos urbanos -que tanto miedo provocan entre la sociedad blanca- vuelvan a arder en, digamos, Detroit o Chicago. Ya se han desatado fuerzas poderosas de la política para apagar el foco de incendio. Pero muchos habitantes del suburbio sureño siguen en las calles porque tienen la certeza de que viven en una sociedad absolutamente injusta. Hay cifras que lo dicen todo. Ferguson, una ciudad con un 67% de negros, tiene 50 policías blancos y tres negros. El 38% de la población carcelaria de Estados Unidos es negra; en ciudades como la capital Washington, se calcula que tres de cada cuatro jóvenes negros pasarán en algún momento de sus vidas por prisión. Un análisis reciente del Urban Institute concluyó que los blancos tienen en promedio seis veces más riqueza que los negros y los hispanos.
En las urbes de Estados Unidos, por otra parte, se da un fenómeno estructural, similar al de nuestro conurbano bonaerense o al Gran Rosario: el surgimiento de una suerte de underclass. La jurista Michelle Alexander ha definido al fenómeno como el “nuevo Jim Crow”, por el nombre que recibía el sistema de segregación legal instaurado en el Sur tras la guerra civil: “Miles de jóvenes forman parte de una subcasta encerrada y apartada de forma permanente de la corriente principal de la sociedad”. Son los equivalentes de nuestro ni-ni (ni estudian ni trabajan), carne de cañón para la delincuencia, manipulados o victimizados por las fuerzas policiales.
Lo que dejo claro la cuestión Ferguson es que la cuestión racial -el pecado histórico de la sociedad estadounidense- sigue vigente, cincuenta años después de la lucha heroica de Martin Luther King. Un ultimo datito: el secretario general de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, instó el lunes a las autoridades estadounidenses a garantizar la protección de los derechos de los manifestantes, “el derecho reunirse a forma pacífica y a la libertad de expresión”. No hay excusa para el uso excesivo de la fuerza.

Brutalidad policial, enfrentamientos en la calles, saqueos e indignación entre la comunidad afroamericana. Estados Unidos volvió a la década de los sesenta, cuando el racismo mostraba su rostro desalmado en todas las calles. Pero hay grandes diferencias, por supuesto. En la Casa Rosada manda ahora el hijo de un inmigrante negro de Kenia y una blanca de Kansas. Y este hombre que llegó como símbolo de reconciliación interna debe lidiar con un grave conflicto racial, el primero de los siete años de Barack Obama en el poder. La herida histórica provocada por el abominable esclavismo sigue abierta.


¿Qué fue lo que pasó? Uno o dos policías blancos acribillaron a balazos a un joven negro desarmado que había robado unos cigarros de una tienda de mala muerte. Michael Brown recibió ocho tiros, dos en la cabeza. ¿Dónde? En Ferguson, un suburbio de 21 mil habitantes de Saint Louis, la ciudad más importante del estado de Missouri. ¿Consecuencias? Airadas protestas de los afroamericanos en las calles. La policía, torpe y brutal como en todos lados, echó más nafta al fuego, salió a dar palos y gases a mansalva. Y entonces todos los diques de la convivencia civilizada se rompieron: saqueos, vandalismo, heridos por doquier, todos los ojos de la nación sobre esa pequeña localidad sureña desde el 9 de agosto. ¿Remedios? Primero se decretó el toque de queda. No sirvió para nada. Ayer el gobernador demócrata de Missouri movilizó a la Guardia Nacional (una especie de Gendarmería) para aplacar las protestas.. Obama se percató por fin de que se trata de un problema político de primer orden, cortó las vacaciones y envió a su fiscal general, Eric Holder (también negro), a la zona de guerra.


IMPOTENCIA

"La violencia policial en los barrios urbanos pobres donde viven las minorías es casi omnipresente, pero los disturbios son inusuales. Sólo explotan cuando el resto de vías para buscar justicia están bloqueadas, cuando los residentes se sienten impotentes", explica Cathy Lisa Schneider, autora del libro "Police Power and Race Riots: Urban Unrest in Paris and New York" y profesora de la American University de Washington.


Esa frustración que menciona la académica es la que mantiene a los manifestantes en las calles de Fergusos. La familia del adolescente y la comunidad negra han tardado además seis días en lograr que la policía atendiera sus demandas y revelara el nombre del agente que vació su cargador en el cuerpo del chico. El agente Darren Wilson está de baja con sueldo y en libertad. No ha sido acusado de ningún crimen.

Otro asunto peliagudo salio a escena: las fuerzas policiales locales han sido pertrechadas los últimos años con armamentos que sobraron de las aventuras militares en Afganistán e Irak. La idea es que usaron esas armas contra las bandas de narcotraficantes o contra terroristas, no contra ciudadanos indefensos que protestan en las calles.


HARTOS DE TODO

Estos incidentes violentos recuerdan a los años sesenta, cuando el movimiento por los derechos civiles encabezado por el reverendo Martin Luther King luchaba por acabar con la odiosa discriminación racial. Precisamente, el asesinato el 4 de abril de 1968 de Luther King desencadenó una oleada de violentos disturbios en 125 ciudades estadounidenses que causaron 46 muertos y 2.800 heridos. La capital, Washington, fue la urbe más afectada, con 13 muertos e incontables saqueos y destrozos.


Cada tanto la furia afroamericana se expresa. Los más graves de los últimos años tuvieron lugar en Los Ángeles en abril de 1992. La chispa fue la absolución de cuatro agentes de policía que habían sido grabados por un videoaficionado propinando una brutal paliza al taxista negro Rodney King. Las protestas se prolongaron varios días y dejaron 55 muertos, más de 2.000 heridos y 1.000 millones de dólares en pérdidas materiales.


Es improbable que Ferguson degenere en tanta calamidad, o que el contagio se extienda y los guetos urbanos -que tanto miedo provocan entre la sociedad blanca- vuelvan a arder en, digamos, Detroit o Chicago. Ya se han desatado fuerzas poderosas de la política para apagar el foco de incendio. Pero muchos habitantes del suburbio sureño siguen en las calles porque tienen la certeza de que viven en una sociedad absolutamente injusta. Hay cifras que lo dicen todo. Ferguson, una ciudad con un 67% de negros, tiene 50 policías blancos y tres negros. El 38% de la población carcelaria de Estados Unidos es negra; en ciudades como la capital Washington, se calcula que tres de cada cuatro jóvenes negros pasarán en algún momento de sus vidas por prisión. Un análisis reciente del Urban Institute concluyó que los blancos tienen en promedio seis veces más riqueza que los negros y los hispanos.

En las urbes de Estados Unidos, por otra parte, se da un fenómeno estructural, similar al de nuestro conurbano bonaerense o al Gran Rosario: el surgimiento de una suerte de underclass. La jurista Michelle Alexander ha definido al fenómeno como el “nuevo Jim Crow”, por el nombre que recibía el sistema de segregación legal instaurado en el Sur tras la guerra civil: “Miles de jóvenes forman parte de una subcasta encerrada y apartada de forma permanente de la corriente principal de la sociedad”. Son los equivalentes de nuestro ni-ni (ni estudian ni trabajan), carne de cañón para la delincuencia, manipulados o victimizados por las fuerzas policiales.


Lo que dejo claro la cuestión Ferguson es que la cuestión racial -el pecado histórico de la sociedad estadounidense- sigue vigente, cincuenta años después de la lucha heroica de Martin Luther King. Un ultimo datito: el secretario general de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, instó el lunes a las autoridades estadounidenses a garantizar la protección de los derechos de los manifestantes, “el derecho reunirse a forma pacífica y a la libertad de expresión”. No hay excusa para el uso excesivo de la fuerza.

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