70 años de gratuidad universitaria

Gabriela Diker: “Disputar la mirada hegemónica del mundo”

En el marco de los 70 años de gratuidad, la rectora de la UNGS Gabriela Diker reflexiona sobre el alcance del decreto que desde 1949 garantiza este derecho en Argentina y se refiere a los desafíos de las universidades como actor clave en la disputa de sentido.

Gabriela Diker: “Disputar la mirada hegemónica del mundo”

Por Gabriela Diker. Rectora UNGS // Martes 26 de noviembre de 2019 | 10:10

Una universidad popular es una universidad que sabe que su función no es seleccionar, sino garantizar derechos

Estamos cumpliendo 70 años de gratuidad universitaria en Argentina. Esto convierte a la universidad argentina en un fenómeno muy particular, le da una fisionomía muy especial a nuestro sistema universitario: la gratuidad no se trata solo de garantizar el derecho de cada uno de los individuos que quiere acceder a la educación, sino de asumir, como lo decían ya los considerandos del decreto del presidente Juan Domingo Perón (22 de noviembre de 1949) que el desarrollo de la educación universitaria es estratégico para el crecimiento del país y de la Nación, y es en ese sentido que es una responsabilidad del Estado sostenerlo.

Cuando hablamos de gratuidad universitaria, tendemos a poner el acento en un efecto de esa decisión política que es la democratización de nuestras universidades, la ampliación del acceso que logra que más jóvenes puedan habitar nuestras aulas. Hablamos de que gracias a la gratuidad ingresaron e ingresan a las universidades hijas e hijos de las familias trabajadoras, hablamos de movilidad social, etc, valiosos hechos que se produjeron a lo largo de estos 70 años. En Argentina, en la década del 40, había aproximadamente 50 mil estudiantes universitarios, a partir del año 49 el número se fue duplicando por década; hoy tenemos casi dos millones de estudiantes en nuestras universidades.

Pero me interesa destacar principal efecto y el propósito de la gratuidad de la educación superior es disputar el monopolio de la educación universitaria que detentaban y siguen detentando en algunos casos los sectores dominantes en este país. Sostener la gratuidad universitaria, habilitar el ingreso de más y más jóvenes a nuestras universidades, produce el efecto de romper, dentro de nuestras universidades, con una mirada hegemónica sobre el mundo. Significa que dentro de las universidades salimos a disputar autoridad sobre las formas hegemónicas de hacer ciencia, las formas hegemónicas de ejercer las profesiones en este país. Uno de los principales efectos de la ampliación en el acceso a la universidad es haber puesto a nuestras universidades al servicio de los intereses de los sectores populares.

Este objetivo lo entendía perfectamente el propio Perón, cuando sostenía que la conquista más grande de la gratuidad fue que la universidad se llenó de hijos de obreros, donde antes solo estaban los oligarcas. Eva lo decía así: “El general Perón ha querido que todos los obreros y todos los descamisados de la patria lleguen a la universidad en iguales condiciones que las clases dirigentes, que nos llevaron a la entrega del país, a subalternizar los valores espirituales de la patria y a trabajar para cien familias privilegiadas, para llenar las bolsas de los señores de Wall Street, eran esos los que queríamos desplazar”.

Unos años antes del ’49, Aníbal Ponce, uno de los más importantes pensadores del marxismo en la argentina y en América Latina, decía también sobre este tema: “Cómo se puede alzar el edificio de la universidad futura en esta sociedad, que detiene el avance de las técnicas, que les niega a las masas estudiantiles el derecho a la cultura, que rechaza de plano bajo el pretexto del examen de ingreso, que las persigue con aranceles monstruosos para impedir que salga de manos de la burguesía el monopolio de la cultura y de la ciencia”.

En el año 37, Ponce insistía en disputar el monopolio de la cultura y de la ciencia y para eso –expresaba- “hay que eliminar los aranceles monstruosos de las universidades”. En un testimonio más reciente, el ex presidente Lula nos decía, en el discurso inolvidable que dio horas antes de acatar su orden de detención: “Soñé que era posible tomar a los estudiantes de la periferia y ponerlos en las mejores universidades del país, para que no sigamos teniendo jueces y fiscales, solo de la élite, de aquí a poco vamos a tener jueces y fiscales nacidos en las favelas”.

La gratuidad no representa solo un paso hacia la democratización de nuestras universidades o hacia la universalización de un derecho, es una política que expresa una disputa, es una decisión política que expresa una lucha, no para acceder al mismo bien que tendrían unos pocos, sino para transformar la educación universitaria en favor de los interesas de las clases populares. Y una universidad no es popular porque ingresen a ella los hijos de las clases trabajadoras, una universidad es popular porque incorpora la mirada de los sectores populares, los intereses de los sectores populares y ordena todo lo que hace en función de construir más igualdad y más justicia para este país.

Desde esta perspectiva, evaluemos qué tan eficaz ha sido el sostenimiento de 70 años de gratuidad universitaria. Cuánto falta para que nuestras universidades verdaderamente respondan a los intereses del pueblo. Una universidad popular es una universidad que sabe que la educación y la universidad es un derecho colectivo, una universidad popular es una universidad que pone en tensión agendas que imponen temas centrales de investigación, una universidad popular es una universidad que forma profesionales que saben a qué intereses responden, y en este caso, esos jueces y esos fiscales, por ejemplo, salidos de la favela de los que hablaba Lula, serán los únicos capaces de terminar con esa pseudo justicia que falla solo en favor de los poderosos.

Una universidad popular es una universidad que sabe que su función no es seleccionar, sino garantizar derechos, es una universidad que sostiene y forma sus profesionales con perspectiva de género, que forman profesionales que no reproduzcan los estereotipos que solo generan más desigualdad. Una universidad popular es una universidad que se deja habitar y conmover por lo que traen los jóvenes, las jóvenes, les jóvenes del territorio. Una universidad popular es una universidad que sabe que su función es interrumpir destinos, es una universidad que pone en discusión la formación por ejemplo en líneas ortodoxas de la economía que sostienen modelos que producen más desigualdad. Una universidad popular es una universidad que se para en contra de las interpretaciones liberales del derecho a la educación (del ‘yo estudio lo que quiero, cuando quiero y donde quiero’), y que también se opone a las interpretaciones liberales de la autonomía.

No defendemos los intereses particulares de los universitarios y las universitarias. Defendemos la función social de la universidad pública. Queremos una universidad nacional, popular y feminista.

 

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